«Resumamos: Confiemos en Dios. Creamos en Jesucristo. Creemos en la eficacia del Espíritu Santo y actuamos en consecuencia. Quien lo hace, puede disfrutar plenamente de la salvación. No es nada nuevo, pero no conozco nada más importante para nosotros que esto”.
El Apóstol Mayor Jean-Luc Schneider terminó su prédica dominical del 20 de junio de 2021 con estas frases rotundas. Esta vez el Servicio Divino fue en Gaggenau (Alemania del Sur) y se transmitió a las comunidades de la Iglesia regional Noruega a través de YouTube. ¿La razón? “Hoy quería estar en Oslo. Lamentablemente, todavía no es posible entrar allí, al menos para un francés. Pero el Apóstol de Distrito se preocupó mucho de que nuestros hermanos y hermanas de Noruega no fueran olvidados a pesar de todo”.
El texto bíblico para la prédica fue de Salmos 91:14-15: “Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré; le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre. Me invocará, y yo le responderé; con él estaré yo en la angustia; lo libraré y le glorificaré”. Al principio esto parece una contradicción, dijo el Apóstol Mayor. Es cierto que aquí se pueden leer promesas de Dios: “Te libraré, te responderé, estaré contigo en la angustia”. Eso suena bien. Pero cada vez se le une una condición: “El que me ama, yo lo libraré. Por cuanto ha conocido mi nombre, le pondré en alto”.
“Sí, ¿por qué?”, preguntó el Apóstol Mayor. “Dios ama a todas las personas y quiere salvar a todos”. Siempre se dice que Él ama incondicionalmente. Esto se interpreta así:
Dios tiene varios nombres
“Cuando la Biblia habla de conocer el nombre de Dios, significa conocer su naturaleza y conocer sus acciones”. Para Moisés, por ejemplo, el nombre de Dios era “Yo soy el que soy” o, en otra traducción, “Yo seré el que seré”. Moisés dio estos nombres al pueblo de Israel.
Jesucristo mostró al pueblo que Dios es un Dios de amor y de gracia que hace brillar el sol para los buenos y para los malos. Les aseguró que Dios es un Dios para cada individuo e incluso que cuenta los cabellos de la cabeza de cada uno. “No hace un trabajo de masas. Él sabe exactamente lo que necesita cada persona y lo proveerá”. Ese también es un nombre de Dios.
“Sí, y luego fue más allá: Jesucristo era Dios. Antes de nacer lo llamaron ‘Emmanuel’, ‘Dios con nosotros’”. Se reveló como el Dios que se entrega por la humanidad. Y cuando Jesús volvió al Padre, prometió enviar un Consolador, el Espíritu Santo. Lo presentó como el Abogado, el Ayudador, el Consolador. Este es el nombre de Dios: Aquel que siempre está para todos los hombres, que los ama, que da su vida por ellos, que los cuida.
Él merece nuestra confianza
Y ahora viene el misterio: “Solo el creyente que confía plenamente en Dios puede disfrutar verdaderamente de su amor. Jesucristo murió por todos. Él ama a todos. Pero solo los que creen en Él y confían en Él pueden recibir la salvación. Sí, el Espíritu Santo quiere asistir a todos, ¡pero solo los que creen en Él pueden experimentar su consuelo y fortalecimiento!”. Es cierto que Dios ama a todos y se preocupa por ellos, crean o no en Él. “Pero, el que no cree en Dios siempre se preocupa mucho, cómo voy a conseguir lo que necesito. Muchos se vuelven ansiosos, otros codiciosos”. El que cree en Jesucristo y en sus enseñanzas se libera de la ansiedad. “Por supuesto que está ansioso por su vida terrenal, pero sabe: Dios me dará lo que necesito. Tiene paz en su corazón, confía en Dios y Dios lo guarda, Dios lo protege”. Qué diferencia: “El Creador está para todos, pero lo que uno experimenta en su corazón depende de la fe. El que no cree tiene miedo, el que cree en Dios está en paz”.
Él responde a nuestras oraciones
A quien invoque su nombre, Él le responderá, subrayó el Apóstol Mayor. Quien ha recibido las enseñanzas de Jesucristo también sabe cómo invocar a Dios. “Ciertamente, Dios escucha las oraciones de todas las personas. Quiere ayudar a todos, incluso a los que no son cristianos. Estoy absolutamente convencido de que Él escucha las oraciones de todos. Pero Jesucristo dijo: ‘Todo lo que pidiereis en mi nombre, Dios os lo dará’”.
Así que no se trata de creer que Jesucristo es el Hijo de Dios, sino de sacar consecuencias de ello. “Si Él es Dios, entonces es mi Señor y Maestro. Él determina mi vida, determina mis pensamientos, da forma a mi ser. Él es mi Señor. Dice lo que debo hacer, cómo debo ser”. El que tenga esa mentalidad recibirá la salvación.
Quien cree en Dios, el Espíritu Santo, sabe que necesita la palabra, el Sacramento. En la Iglesia recibe el consuelo y la salvación, y al recibir la palabra y la Santa Cena, los Sacramentos, puede experimentar la plena eficacia del Espíritu Santo.
Al final está el amor
“El que ama a Dios es salvado del pecado. Me gustaría explicarlo un poco”. El director de la Iglesia se tomó su tiempo para hacerlo. “Sabemos que para recibir el perdón de los pecados hay que creer en Dios, creer en Jesucristo. Hay que arrepentirse y hacer penitencia”. Pero este arrepentimiento debe ser un verdadero arrepentimiento. No surge del miedo al castigo, tampoco de la vergüenza. “El verdadero arrepentimiento es fruto del amor. Porque ama a Dios, porque está verdaderamente apegado a Dios, se arrepiente de su pecado; porque sabe que todo error impide la plena comunión con Dios”.
El verdadero arrepentimiento ni siquiera depende de la situación. “No depende del número de pecados cometidos. Simplemente no soy lo suficientemente bueno para entrar en la gloria de Dios, sino que necesito la gracia. Ya sea que haya pecado mucho o poco, necesito absolutamente la gracia”. A este arrepentimiento, Dios siempre responde con gracia y perdón.
Y finalmente, “no puedo decir ‘amo al Señor’ si no amo a mi hermano, a mi hermana. Si amo a Dios, si amo a mi prójimo, entonces los perdono”. Y los que lo hacen encuentran la gracia por sí mismos. “Lo hemos oído muchas veces: el amor es la medida de nuestra perfección. ¿Qué tan grande es tu amor a Dios, qué tan grande es tu amor a los demás?”.