Jesús sabía exactamente lo que estaba haciendo, cuando eligió el animal para montar en su entrada a Jerusalén. Y con ello dejó señales hasta nuestros días. Una meditación sobre el Domingo de Ramos.
Existe esta anécdota de las montañas de América del Sur: una comunidad siempre se ríe cuando escucha de la Biblia acerca del Domingo de Ramos. El portador de ministerio les pregunta a las personas que tradujeron el Nuevo Testamento al idioma regional.
Y así resulta que este idioma no tiene una palabra para asno. Los traductores lo describen como “un animal con pelaje y orejas largas”. Sin embargo, los lugareños solo tienen en mente una especie de este tipo: ven a Jesús saltando hacia Jerusalén montado en un conejo.
De dudosa reputación
Ahora bien, un asno que trota sobre las ramas de las palmeras entre la multitud que lo aclama no es considerado exactamente un excelente ejemplo de un animal de montar serio, al menos no hoy. Se dice que el pobre cuadrúpedo es tonto, testarudo y lento. Y el asno tampoco tenía la mejor reputación en la antigua Grecia: era visto como un símbolo del deseo carnal desenfrenado.
¿Por qué un animal así juega un papel tan clave en la entrada de Jesús a Jerusalén? ¿Por qué Jesús envió a los discípulos específicamente para que le consiguieran este cuadrúpedo? El mensaje que transmitía su elección del medio de transporte quedó claro para los judíos de su época apenas lo vieron.
Una señal con impacto
Porque los contemporáneos de Jesús conocían la profecía de Zacarías 9:9: “He aquí, tu rey vendrá a ti”. Y el animal en el que cabalga es tan importante que su naturaleza se graba verbalmente en el cerebro del oyente: un asno (chamor), así es como se lo llama en el texto hebreo básico, un joven y fuerte asno macho (ajir), hijo de un asno de pura raza (baen atonot).
El versículo número diez muestra por qué esto es tan importante: el asno no es un caballo, es decir, no es el caballo de guerra que viene con carros y arcos de guerra. Su jinete no vendrá en medio de una batalla, sino que “hablará paz a las naciones”. No es un tirano, sino el Rey de paz. El animal en el que cabalga lo identifica como el humilde y manso, el justo y ayudador.
No tan tonto
Retrocedamos en el tiempo hasta donde aparece un asno por primera vez en la historia de vida de Cristo. Aunque no en los Evangelios, sino en la tradición cristiana, el animal se encuentra junto al comedero en el establo donde Jesús ve la luz de la tierra. El cuadrúpedo también llegó allí desviándose por una palabra profética: “El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor”, dice Isaías 1:3.
Otro salto al siglo II d. C.: alguien pinta un graffiti en la pared de una casa en Roma. “Alexamenos adora a su dios”, dice. Es la primera representación pictórica de Jesús. Muestra al crucificado con cabeza de asno. Un crucifijo burlón, dice la interpretación tradicional. Algunos teólogos creen que tal vez sea un autorretrato de los cristianos: así como Jesús asume la culpa del mundo como un cordero inocente, así lleva la carga del mundo como una bestia de carga de la antigüedad.
Siempre adelante con valor
Así que este animal con pelaje y orejas largas luce completamente diferente. Y se puede comprender mejor por qué Jesús recorre la historia del mundo de esta manera. Aún hoy no viene en el caballo de guerra que resopla, sino en el pobre asnito. Y ese soy yo, el creyente.
Verse a sí mismo de esta manera requiere valor: humildad, es decir, el coraje para servir, mansedumbre, es decir, la fuerza para ser pacífico, y paciencia, es decir, la fuerza para perseverar. Confesamos la locura –la asnada– de la cruz, que nos hace justos. Y sabemos en qué pesebre nuestra alma encuentra alimento para la vida eterna.
Sí, y este asno también puede ser un poco testarudo, ya que no se deja desviar del camino, ya sea que la multitud que está a lo largo del camino lo aclame, como el Domingo de Ramos, o se burle, como el Viernes Santo.
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