Es una historia estremecedora con un final feliz y lo es en doble sentido: en cuanto al intento de escapar de la cárcel y a la posterior fiesta de medianoche en casa del director de la cárcel.
¿Qué es eso ahora? En medio de la noche cantando, justamente esos dos que están encerrados en el calabozo de más adentro y más oscuro de Filipos. Oprimidos dentro de un instrumento de tortura que tuerce el cuerpo, todavía sangrando por los azotes recibidos en la espalda: nada los podía detener de alabar a su Dios. Increíble, ¿no?
Los demás presos no sólo los oían, sino que escuchaban atentamente sus himnos. «ep-akroáomai» dice el texto original griego en los Hechos de los Apóstoles, capítulo 16: escuchar con atención. Así, Pablo y Silas no fueron un ejemplo de lo que es la libertad sólo para esos testigos auditivos: ni muros ni cadenas hacen a la verdadera cárcel. Verdaderamente libre es aquel que es libre interiormente.
Apóstoles en el rol secundario
¿Cómo llegaron ambos detrás de las rejas? Se habían cruzado con negociantes que bajo la señal de una serpiente obligaban a su personal a hacer vaticinios en distintos lugares. Los explotadores de tales adivinaciones habían incitado a la multitud y finalmente habían logrado que la ley estuviese de su lado.
¿Cómo volvieron a salir Pablo y Silas? Un terremoto les sirvió de gran ayuda. Entonces las cadenas se soltaron y las puertas se abrieron. Pero en esta historia lo más importante no es la liberación de Pablo y Silas. Un milagro de ese tipo ya es narrado en los Hechos cuatro capítulos antes, cuando los ángeles ayudaron a Pedro a escapar. No, aquí no se trata de la liberación de encarcelados, sino de la liberación del carcelero.
Buscar en el embrollo
«¿Qué debo hacer para ser salvo?», pregunta el carcelero cuando Pablo intenta evitar que ese servidor estatal que se sentía culpable de no cumplir con su deber, se clavase su propia espada después de la supuesta masiva huida de los presos. «¿Cómo puedo salir de este embrollo?», tradujo un importante académico neotestamentario norteamericano y especialista en Pablo el texto original.
Original y no tan paradójico: sanar, llegar a estar seguro, protegido de daño, desgracia, adversidad. Todo esto hay detrás del giro idiomático griego que en la Biblia de Reina-Valera figura como «ser salvo». Y de repente, el suceso de antaño se vuelve presente.
«¿Qué debo hacer para salir de mi necesidad?». Esto se lo pregunta cualquiera que está encarcelado interiormente en sufrimientos y cargas: el que sufrió injusticias y heridas, así como el que se cargó de culpas. Esto se lo pregunta el enfermo, el pobre, el abatido, así como el solitario y el enlutado.
Saber qué es lo que ayuda
La respuesta de Pablo y Silas es breve y compacta: «Cree en el Señor Jesucristo». ¿Eso es todo? Al director de la cárcel, sin embargo, le alcanza. Ya en la noche se deja bautizar y a continuación, pone la mesa para la comida de medianoche.
Un par de palabras lo explican: Creer, no es sólo tener algo por cierto. Creer, es un «confío, tengo confianza, en esto me baso» dicho con convicción. ¿Y en qué me baso? En Jesucristo, claro. Pero no por último en «el Señor» Jesucristo. «kýrios» dice aquí en el griego: el Maestro y la cabeza, aquel que es fuerte, que puede mandar, provisto de poder y autoridad.
«Yo sé que Jesús ayuda». El que lo cree en lo profundo del corazón, ya se ha liberado interiormente de la cárcel. Puede alabar a su Dios, aunque los muros externos todavía estén en pie. Y a veces esta fe produce un terremoto, que cambia todo desde los cimientos.
Foto: areebarbar – stock.adobe.com