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El fuego que no consume

enero 25, 2018

Autor: Andreas Rother

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«¡Fuego!», sale como un estruendo de 1.600 gargantas. El salón tiembla en el estreno del «Oratorio pop» en Alemania del Oeste. ¿Sobre qué canta aquí el coro en realidad? ¿Y qué tiene que ver esto con una planta curativa? Rastros de fuego a lo largo de la Biblia.

«Cassia senna», así llaman los botánicos la planta con la que muy probablemente comienza esta historia: el arbusto senna. Un refugiado lo mira, un cierto Moisés, y se maravilla. No porque el arbusto está allí, tampoco porque arde en llamas, sino porque no se consume (Éxodo 3:2).

Flores amarillas y descargas eléctricas

Las flores del arbusto son de un color amarillo brillante. Eso, opinan algunos, creyó Moisés que era un fuego. ¿Sinceramente ahora? ¿Un pastor que hacía años que se movía por esa región? Fuegos de San Telmo se llama un extraño fenómeno luminoso producido por descargas eléctricas durante las tormentas. ¿Era eso, preguntan otros, la zarza ardiente?

Incluso si hubiese habido un físico allí y no hubiese habido nada para medir: lo que vio Moisés en el monte Horeb fue tan real que marcó el destino de todo un pueblo. Ese hombre tuvo un encuentro con Dios y recibió un encargo muy personal.

Incendio forestal: de «sene» a «Sinaí»

El nombre hebreo del arbusto, «sene», suena a «Sinaí», no sin motivo. Pues la zarza ardiente es sólo el preludio de un fuego mucho más grande: «Todo el monte Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido sobre él en fuego; y el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía en gran manera» (Éxodo 19:18).

E incluso si esa descripción se quisiese considerar una fantasía o un mito, lo que Moisés vivió en el monte Sinaí es tan verdadero que hasta hoy ha influenciado a miles de millones de vidas. En los mandamientos, Dios tiene un encuentro con el hombre y le muestra el camino a la comunión.

El poder más allá del fuego

Otro monte y otro arbusto, otro fuego y otro refugiado: Elías está echado debajo de un enebro, oprimido por una grave depresión. Pero Dios se encuentra con él muy pronto en el Horeb: «Y tras el terremoto un fuego: pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado» (1 Reyes 19:12).

Elías encuentra nuevo coraje y nueva fuerza. Se acuerda de su tarea y la vuelve a aceptar. Al final no muere, sino que es arrebatado. De allí en más, se espera su retorno, como precursor de aquel que volverá a unir a Dios y los hombres.

Los testigos de la verdad

Una vez más un monte, más adelante se lo llamará Tabor. Aquí se encuentran Moisés y Elías, considerados como los más grandes entre los profetas. Pero a pesar de todo lo que vivieron y realizaron, esta vez no tienen el rol principal. Sólo sirven de testigos del fuego más grande que Dios ha encendido jamás.

«Este es mi hijo amado; a él oíd», así resuena la voz en el Monte de la Transfiguración (Marcos 9:7). En Jesucristo Dios tiene un encuentro con el hombre como hombre. Está más cerca de él que nunca antes. Y le muestra un nuevo camino a la comunión.

Entre arder y quemar

«¡Fuego!», sale como un estruendo de 1.600 gargantas en el Oratorio pop presentado en el auditorio de Westfalia. El coro canta sobre el acontecimiento de Pentecostés. No solamente sobre lenguas de fuego sobre las cabezas de los Apóstoles y la comunidad (Hechos 2:3). Sino ante todo sobre el fuego del entusiasmo por el mensaje de Jesús.

¿Y qué fuego arde en ti? Tanto el hebreo del Antiguo Testamento como en griego del nuevo pacto conocen palabras diferentes para arder: para el fuego que consume y para el fuego que calienta; para la llama que ilumina y para la llama que proyecta sombra. ¿Qué fuego alimentas en ti?

Foto: Smileus / Fotolia

enero 25, 2018

Autor: Andreas Rother

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