Lo divino y lo humano, demasiado humano, se entrelazan en el ministerio. ¿Cómo encaja todo esto? Lo explica el ejemplo: Jesucristo es determinante para el ministerio no solo por palabras y obras, sino también en su naturaleza.
¿Qué es Jesucristo? ¿Dios u hombre? ¡Ambos! Esta es desde el año 451 la respuesta de la cristiandad. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Este dogma fue establecido por el concilio de Calcedonia.
Jesucristo tiene dos naturalezas, una divina y una humana, una invisible (escondida) y una visible (manifiesta). Su naturaleza divina es consustancial con Dios, el Padre. Y la naturaleza humana es consustancial con el hombre. Con una única diferencia: Jesucristo no tiene pecado.
Tres columnas sobre un fundamento
La doctrina de las dos naturalezas es el fundamento sobre el que se apoyan las tres columnas del edificio doctrinario de la Iglesia Nueva Apostólica. Es la clave para la interpretación nuevoapostólica de Iglesia, Sacramento y ministerio.
El lado invisible de la Iglesia de Cristo es perfecto. El lado visible, la comunión de todos los debidamente bautizados, por su parte, está lleno de errores. Le falta, por ejemplo, unidad y santidad. Y en él sucede todo lo que hacen los seres humanos en su pecaminosidad. Pero esto no puede dañar al lado invisible de la Iglesia de Cristo, a la comunión (aún) escondida de todos los verdaderamente creyentes.
También los Sacramentos tienen un lado manifiesto y un lado escondido: el signo visible y el contenido invisible. Ambos se vinculan en la palabra de consagración. Esto queda bien claro en la Santa Cena: el signo visible es el pan y el vino en la forma de una hostia. A través de las palabras de consagración se le agrega la naturaleza invisible del cuerpo y la sangre de Cristo. Se genera así una nueva unidad. Jesús está verdaderamente presente.
La relación de ministerio y persona
En cuanto a la Iglesia y los Sacramentos, la doctrina de las dos naturalezas ya está explicada en el Catecismo publicado en 2012. Para el ministerio, esta clave de comprensión ahora es aplicada en la interpretación de ministerio vigente desde Pentecostés 2019.
Aquí la doble naturaleza de Cristo y su Iglesia se refleja en la relación de ministerio y persona. El ministerio remite a la naturaleza divina y pertenece a la Iglesia invisible. La persona remite al lado humano y hace que el ministerio se haga visible en el portador del mismo.
La persona y el ministerio se vinculan, así como hombre y Dios en Jesús o así como pan y vino con cuerpo y sangre en la Santa Cena. Sin embargo, esta unidad peligra porque la persona está sujeta a la pecaminosidad del hombre que actúa, así como el lado visible de la Iglesia.
Una unidad por un tiempo
El acto de la ordenación es el instante en el que el ministerio santo se vincula con el hombre pecaminoso. Pero esta unidad puede disolverse, pues la Iglesia Nueva Apostólica no entiende la ordenación como una impronta de la persona o como un Sacramento, cuyo efecto ya no sería reversible.
El ministerio tampoco es una posesión personal, sino que está vinculado indisolublemente con la Iglesia. Siempre está orientado a la comunidad local, regional o mundial y allí tiene su destino. El portador no puede sacar su ministerio de este contexto para disponer de él libremente.
El ministerio –al igual que el Sacramento– es tener presente al Cristo celestial. Ni bien el Señor mismo esté presente en persona, ya no se necesitarán portadores de ministerio ordenados.
El ministerio se fundamenta en la palabra y la obra de Jesucristo. Su naturaleza responde a la doble naturaleza del Señor. Y también las autoridades del ministerio dependen totalmente de este Enviador. Sobre esto tratará el próximo artículo de esta secuencia.
(Son fuentes de esta serie de artículos, el Catecismo de la Iglesia Nueva Apostólica, un comentario que complementa el capítulo 7, las ediciones especiales de los Pensamientos Guías 03/2017, 04/2017 y 2/2019, así como la documentación para la capacitación en reuniones de introducción / Foto: Stephen Finn – stock.adobe.com)