“El apostolado decide que a las mujeres se les puede confiar la autoridad ministerial”. Esta es la decisión tomada tras amplios debates, basándose en las conclusiones bíblicas: la fundamentación en detalle.
La derivación doctrinaria se apoya en dos pilares: en la naturaleza del ser humano, por un lado, y en su necesidad de salvación, por el otro. Es central la pregunta: ¿Dios hace diferencia entre los sexos? Pues la ordenación confiere la autoridad para hablar y obrar en su nombre.
Igual naturaleza, igual dignidad
La respuesta se encuentra en que el ser humano es la imagen de Dios, en la que “se plantea la relación fundamental del ser humano con Dios y la relación de Dios con el ser humano”, dice la carta doctrinaria sobre la ordenación de mujeres en el número especial 3/2022 de los Pensamientos Guía.
No hay distinciones entre hombre y mujer: ambos se refieren directamente a Dios mismo. Por lo tanto, son imagen de Dios en el mismo grado. “Antropológicamente, esto significa: El hombre y la mujer, la mujer y el hombre tienen la misma dignidad y han recibido el mismo encargo de Dios”.
Igualmente necesitados de redención
Es cierto que Dios creó al hombre y a la mujer como seres perfectos. Pero la caída en el pecado los ha perjudicado por igual. Ambos están aquejados por el pecado original y la inclinación al pecado. Por lo tanto, ambos existen en un estado de separación de Dios y son incapaces de vivir una vida sin pecado.
“Por lo tanto, la mujer y el hombre tienen la misma necesidad soteriológica”, subraya la carta doctrinaria. Tanto el hombre como la mujer son pecadores e igualmente necesitados de la dedicación misericordiosa de Dios y de la salvación del mal.
De hecho, la dedicación de Dios es para todos los seres humanos. Jesucristo murió por toda la humanidad, es decir, por cada ser humano por igual. Y la salvación que adquirió es válida para todos.
Igualmente uno en Cristo
“Si las personas pueden recibir la salvación independientemente de su sexo, entonces también pueden participar en la transmisión de la salvación independientemente de su sexo”, continúa. Pero con una limitación: en la medida en que la salvación tiene lugar a través de la palabra y los Sacramentos.
En este contexto, el número especial de los Pensamientos Guía hace referencia a Gálatas 3:28: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Palabra y Sacramento, Iglesia y ministerio, todo se centra en Cristo. Y en Cristo no cuenta el hombre o la mujer, sino únicamente el ser humano.
Lo que aborda el Apóstol Pablo es lo que la carta doctrinaria denomina el “principio de la semejanza con Cristo de todos los creyentes”. Esto “debe quedar claro como principio y fundamento de la Iglesia y de la transmisión de la salvación”.
Igualmente sacerdotales
Por último, se mencionan dos aspectos relativos al “sacerdocio universal de los creyentes”. Por una parte, todo cristiano, sea hombre o mujer, está llamado a confesar al Señor y a proclamar su Evangelio con palabras y obras. Por otra parte, tanto hombres como mujeres servirán juntos a Cristo como sacerdocio real en el futuro reino de paz.
Así, la carta doctrinaria concluye: “La mujer y el hombre no solo han sido llamados juntos para el sacerdocio general de los creyentes, sino que igualmente ambos pueden ser llamados para el ministerio espiritual. Así, las mujeres también pueden recibir la bendición, la santificación y la autoridad a través de la mediación del apostolado”.
Hay objeciones a esta fundamentación. El apostolado también se ha ocupado intensamente de ellas. Este es el tema del próximo episodio de esta serie.
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