El perdón no es un problema matemático
Cuántas veces tengo que perdonar a mi prójimo. Ya Pedro lo preguntó al comienzo del Evangelio. Más a menudo de lo que crees, fue la respuesta del Hijo de Dios a esta pregunta. Los cristianos de hoy lo tenemos claro. ¿O no?
Jesús no solo respondió con la ya famosa fórmula matemática “70×7”, sino que también aportó una parábola con grandes contrastes: Había un rey que perdonó a su siervo una enorme deuda de nada menos que diez mil talentos/centavos de plata.
“Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos” (Mateo 18:23-24).
Según los cálculos actuales, eso equivale a muchos millones de euros. En aquella época, un barco de vela costaba aproximadamente un talento. Por lo tanto, la deuda perdonada equivalía a una flota de diez mil barcos. Un buen negocio. Qué suerte, qué buena puede ser la vida, ¡por fin sin deudas!
Pero el siervo era poco razonable. Tenía un vecino que le debía dinero:
“Pero saliendo aquel siervo halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes” (Mateo 18:28-30).
Muy contrastante, como ya fue mencionado. El rey perdonó todas las deudas acumuladas con un simple gesto, el siervo malvado se comportó sin piedad ni misericordia. No perdonó nada, ¡ni un solo denario!
Los misterios del cielo
Mateo 18 habla de los misterios del cielo. Se trata de temas fundamentales. El contexto es terrenal, la interpretación no: apunta a la salvación eterna. Y Pedro, que hizo la pregunta mencionada al principio sobre cuántas veces se debe perdonar al prójimo, ¡habrá escuchado esta parábola con la boca abierta! Tanto contra tan poco: ¡el rey lo perdona todo, el siervo nada! ¡El bienaventurado no tuvo misericordia!
Jesús también pronuncia estos pensamientos dirigidos a la disposición a perdonar para nosotros. Nos exhorta insistentemente a tener una amplia disposición a perdonar. Al fin y al cabo, así oramos en el Padre Nuestro: “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Esto solo tiene que ver a medias con la idea de una zona de confort en el seno del Dios misericordioso. La verdad es: ¡recibe perdón el que perdona!
Perdonar es difícil
Perdonarse unos a otros no es fácil. Muchas cosas pueden ofendernos: una palabra hiriente que abre viejas heridas en nuestro interior. Cada uno de nosotros tiene su punto sensible. Algunas personas guardan rencor a otros toda su vida por las ofensas que han sufrido y hasta se enferman por ello. ¡En una cultura del perdón, las rupturas, los egoísmos y las guerras no tienen cabida! Sobre todo, en las relaciones interpersonales: entre cónyuges, entre padres e hijos, en nuestras comunidades, en la Iglesia, la sociedad y la política.
A su justicia, Dios le une la misericordia, mientras que el hombre se limita a la justicia. Sin embargo, sabemos muy bien que no todo en la vida se resuelve con la justicia. El perdón de la deuda por parte del rey fue un acto de misericordia, no un pacto de justicia.
La misericordia es más que las matemáticas
En realidad, Pedro solo había hecho una pregunta corta: ¿Cuántas veces debo perdonar a mi hermano? ¿Son suficientes siete veces? Cabe preguntarse si la parábola hizo a Pedro más inteligente. ¿Somos más inteligentes cuando oramos perdóname como yo perdono? ¿O solo miramos constantemente la “paja” que está en el ojo del otro en lugar de la “viga” en nuestro propio ojo?
Lo que podemos aprender:
- Ante Dios, la carga de nuestra deuda es tan alta que nosotros mismos no podemos pagarla. Nuestro derecho a la salvación terminaría en bancarrota si no fuera por Jesús. Él pagó por cada pecado, y lo hizo con su muerte en la cruz.
- Dios no permite que un solo pecado entre en el cielo, pero sí los pecadores, es decir, los pecadores que han sido perdonados. Esta es nuestra oportunidad como cristianos en este mundo: nuestra fe en Jesucristo y su Absolución de pecado y culpa nos hacen libres. Esta libertad la ganan los que se liberan de los insignificantes problemas matemáticos.