Sin reconciliación se vive mal, o ni siquiera se puede vivir. Lo experimentaron las personas desde hace siglos y también actualmente en estos días. Una mirada algo diferente a esta vieja parábola tan conocida.
Ya es medianoche cuando la esposa le escribe una carta a su marido en la cárcel: «Os perdono ahora y siempre. Estais en tan grande lucha y miedos, de lo que os quisiera salvar con mi sangre. Después de todo, ¿podría levantarse odio en mí por no poder perdonar un pequeño pecado contra mí, comparado con tantos grandes pecados por los que todos los días imploro el perdón a mi Padre celestial?».
Jan Rubens se encontraba en Antwerpen entre rejas; lo acusaban de adulterio y en 1570 eso era castigado con la pena de muerte. La carta de su amorosa esposa conmovió a los jueces, quienes finalmente anularon su condena. Después de dos años en cautiverio, fue liberado. Fue a vivir en lo de su esposa y sus hijos en común. En 1577 el matrimonio tuvo otro hijo, lo llamaron Pedro Pablo. Este se convirtió en el mundialmente famoso pintor, un genio que pintó cientos de cuadros que llenan los museos. Si no existiese el perdón, tampoco habría existido Pedro Pablo Rubens.
Buscando los límites de la disposición al perdón
Una chance única: nada de hojear en los textos de las leyes, nada de investigar en tratados de moral y ética, sino que ir a consultar directamente a Jesús para aclarar definitivamente la pregunta decisiva sobre la dimensión de la disposición al perdón… Esta posibilidad la aprovechó Pedro hace dos mil años. Conversando con Jesús quiso saber hasta qué punto llegaba el perdón. Había interiorizado el amor al prójimo que tantas veces había descrito Cristo y sabía que se le pedía más que ‘ojo por ojo’. Por eso muy generosamente incluso ofreció a Jesús más de lo que sugería la tradición rabina: no sólo tres veces, sino hasta siete quería perdonar al prójimo.
¿Habrá querido ser elogiado por Jesús o simplemente esperaba que siete veces fuese un poco mucho? Los motivos que lo impulsaron a decirlo no nos han sido transmitidos. Sí la respuesta de Jesús. No sólo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete debía perdonar a su prójimo. Sin límites. En todo momento. Pase lo que pase. ¡Sin restricciones!
El rey está muy enojado
Y luego, informa el Evangelio de Mateo, Jesús cuenta la parábola del siervo malvado: Un rey obliga a rendir cuentas a su siervo. Lo que le debía ascendía a la increíble suma de 10.000 talentos de plata. No se sabe cómo había acumulado semejante cantidad. Es probable que hay sido por deudas impositivas del siervo en alguna provincia. Era una suma que ningún siervo hubiese podido ganar con su trabajo de toda la vida, y en su caso tampoco era capaz de pagarlo. El rey ordenó venderlo a él, a su mujer, a sus hijos y todo lo que tenía. El siervo lo escuchó, cayó de rodillas y suplicó al rey. Finalmente el rey se conmovió tanto que fue movido a misericordia y lo soltó. La deuda fue perdonada a ese siervo.
Como tantas veces en la vida, esto se conectó con otro hecho: Jesús siguió informando que este siervo que acababa de ser perdonado, halló a uno de sus consiervos que le debía 100 denarios. Lo asió, lo ahogó y le exigió que de inmediato le pagase lo que le debía. Este consiervo le rogó por un aplazamiento, pero que no le fue concedido. El siervo lo hizo echar en la cárcel. El rey se entera, se enoja mucho y hace apresar al siervo con el que antes había tenido misericordia.
Un concepto para la propia vida
Pedro tenía su respuesta. Es probable que haya sido diferente a lo que había esperado: qué agradable habría sido que Jesús le hubiese dicho que alcanzaba con perdonar al prójimo una o tres veces. Eso ya era más de lo que hacían los demás. Mas Jesús esbozó la disposición al perdón como una disposición sin límites, sin final.
Pedro tenía algo para reflexionar y mucho trabajo por delante. Y también el cristiano en el siglo XXI hace bien en reflexionar sobre lo ilimitado de la disposición al perdón que se le exige y encontrar en ello un fundamento para la vida. Jesús es el ejemplo.
El que es tratado con misericordia…
Muy pronto el lector del Evangelio sacude su cabeza por lo presuntamente tonto y mezquino que fue el siervo al no tener misericordia. En realidad, la esencia misma de la parábola es muy clara. E igualmente una y otra vez hay oportunidades de presentarse como ‘siervo malvado moderno’ desatendiendo la gracia divina recibida. Pues la idea de la disposición ilimitada al perdón se vuelve incómoda y surreal cuando las personas no sólo conversan teóricamente sobre ella, sino al volverse esta muy concreta: cuando hay que procesar desilusiones, ofensas y ataques.
10.000 talentos de plata: la imagen de una montaña de culpas que el hombre no puede pagar ante Dios. Es la pecaminosidad, la incapacidad del hombre de llegar por sí mismo cerca de Dios, de lograr la victoria por sí mismo. Dios concede la gracia al hombre en los Sacramentos y por la muerte de Jesús en sacrificio; así como el rey le concedió la gracia al siervo.
Así como el amor y la gracia de Dios hacia el hombre son ilimitados y no conocen restricciones ni caducidad, así también debe ser el amor de los seres humanos unos con otros. El que recibe la gracia, ¿quién es para negarle la gracia a otro? El perdón da vida, nueva vida, vida eterna.