
Dios no está contigo para hacerte la vida difícil. Al contrario, te hace más el bien de lo que crees, a veces incluso a través de las pruebas. ¿Cómo funciona esto? Una prédica del Apóstol Mayor nos da una idea.
El domingo 19 de enero de 2025, el Apóstol Mayor Jean-Luc Schneider ofició un Servicio Divino en Yamena, la capital de Chad. Predicó ante 1.600 creyentes sobre el pasaje bíblico de Jeremías 32:41: “Y me alegraré con ellos haciéndoles bien, y los plantaré en esta tierra en verdad, de todo mi corazón y de toda mi alma”.
En sus explicaciones, subrayó que Dios utiliza su omnipotencia para hacer el bien a los seres humanos. El bien es la vinculación polifacética con Jesucristo y su Iglesia, el “arraigo” en Él (Colosenses 2:7), que permite a las personas mantener su fe incluso en tiempos difíciles.
Omnipotencia para hacer el bien
A diferencia de las personas, Dios “utiliza todo su poder solo para hacer el bien”. El Creador cuida de todas las personas. Así ocurrió con Adán y Eva, que se alejaron de Él por desobediencia y a los que, sin embargo, proveyó en lo material. Lo mismo ocurrió con el pueblo de Israel, al que Dios liberó de la esclavitud y el que luego se apartó de Él. “Les da luz y vida, les da alimento y aire. Sin el bien que Dios hace, los seres humanos no podrían vivir”. Y aún hoy, Dios les hace el bien arraigándolos en Jesucristo. De este modo, “Él puede conducirnos a su reino y librarnos del mal”, explicó el Apóstol Mayor, mencionando varios aspectos:
Sacrificio de Jesús y garantía de la vida eterna
“Como Jesús ha vencido la muerte y el pecado, Dios le ha dado todo poder. Y Jesús dijo: ‘Dios me ha dado todo poder. Nadie arrebatará de mi mano a los que Dios me ha dado’. Cristo nos mantiene con Él, nadie puede obligarnos a dejar a Cristo”.
Por el don del Espíritu Santo, el creyente tiene también “un anticipo para estar seguro: ‘Yo te he elegido. Quiero que vengas conmigo a mi reino’. Así que Dios no solo nos ha dado una promesa; ya nos ha dado un anticipo, la prueba de que realmente quiere salvarnos”.
Fe, temor a Dios y amor
Dios permite que los seres humanos vivan muchas experiencias que fortalecen su fe. “Creer en Dios significa confiar en Él. Y si este temor a Dios habita en nosotros, no nos dejaremos llevar por ningún espíritu. El diablo y los seres humanos pueden decirnos lo que quieran”. La palabra de Dios entonces prima sobre el entendimiento.
Dios nos arraiga “poniendo su amor en nuestro corazón”. Y a su vez: “Todo lo que hagáis, hacedlo por amor a Cristo”, no por cálculo o por la expectativa de que ocurra un milagro o una bendición especial.
Esperanza y comunión de los hijos de Dios
El Espíritu Santo aumenta la esperanza de los creyentes. “No vemos solo nuestra vida presente. Esperamos el retorno del Señor y la gloria eterna. Sabemos que lo que Jesús nos dará en su reino es mucho más grande que todo lo que hemos experimentado en esta tierra”.
Pero Dios también exhorta a los creyentes “a la unidad de los hijos de Dios, donde uno apoya al otro, donde uno consuela al otro, donde uno carga al otro cuando está débil. Conozco a hijos de Dios que han pasado por una crisis espiritual. Dudaban de Dios, pero amaban a sus hermanos y hermanas. Y como amaban la comunión, permanecieron, aunque su fe se hubiera debilitado, y volvieron a encontrar su fe”.
Las pruebas, una vinculación especial
Dios puede “transformar incluso el mal en bien. Los hijos de Dios que tienen experiencias en la fe lo saben y lo comprenden. Dios permite a veces que sucedan grandes desgracias en nuestra vida. Y la gente dice que después de lo sucedido ya no es posible creer. Y es exactamente lo contrario. Dios utiliza las pruebas para hacernos el bien, en la prueba fortalece nuestra fe. Nos hace descubrir verdaderamente su amor y experimentamos su presencia”.
El Apóstol Mayor resumió: “Dios nos hace el bien. El obrar del Espíritu Santo tiene como objetivo arraigarnos en Cristo. Nosotros, a la vez, ¡hagamos el bien dejando que el Espíritu Santo obre en nosotros, siguiendo sus impulsos!”.