«Sabelotodo» o «el que siempre quiere tener la razón» son juicios sin segundas intenciones que se emiten sobre alguien que en todo momento quiere tener la última palabra. Y si alguien tiene la razón tres veces, esa persona no cae nada simpática. ¿Pero qué pasa con Jesucristo, la salvación del hombre?
Jesucristo es la salvación en el mundo. Así dice la serie temática para los Servicios Divinos de la Iglesia Nueva Apostólica en el primer mes del nuevo año. Este Jesucristo lleva muchos nombres propios: Él es el Salvador, verdadero hombre y verdadero Dios, Alfa y Omega, Maestro, un «yugo fácil» y otros más. Al hombre le resulta imposible comprenderlo en su plenitud. Sin embargo, el hombre puede acercarse a Él. Ejemplos:
- El 6 de enero, la cristiandad en general festeja la Epifanía, la fiesta de la manifestación del Señor. Los creyentes recuerdan la encarnación de Dios en Jesucristo. La primera epístola de Juan 1:1-3 enseña que Jesucristo fue un hombre verdadero con un cuerpo real. Él es «lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida». Él fue un hombre entre los hombres y al mismo tiempo, Dios. Nosotros también hoy lo podemos entender con los sentidos: lo podemos oír, ver y sentir. El hombre puede entender la manifestación de Cristo en la palabra y el Sacramento.
- El Hijo de Dios es el primero y el último, el Alfa y la Omega: «Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último» (Apocalipsis 1:17). Él siempre fue y siempre estará. Ponerlo en el primer lugar y seguir fieles a Él hasta el final, es la misión del cristiano. Pensar como cristiano, obrar como cristiano, vivir como cristiano hasta el final. Pero al final Él tendrá la última palabra, la última decisión le corresponderá a Él, y nadie le podrá impedir que lleve su Obra a la consumación.
- Jesucristo también es Maestro. Él enseñó a obrar por amor, a mostrar reconciliación y fue Él mismo un ejemplo en ello: sus palabras y sus obras coincidían. ¡Los seres humanos pueden aprender de Él! Jesús enseñó su naturaleza con el mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Obró fundamentalmente por amor, que también fue la fuerza impulsora de su sacrificio. Sus discípulos debían ser reconocidos por el amor que sentían los unos a los otros. Cumplir sus indicaciones es un «yugo fácil». En el judaísmo, el yugo sobre los hombros es una imagen del peso de la Torá: cumplirla era difícil, demasiado difícil. Sin embargo, el yugo que impone el Hijo de Dios es fácil de llevar. ¿Por qué? No exige nada imposible o exagerado. Él demostraba antes con su ejemplo lo que decía.
Jesucristo es el Hijo de Dios, Él es el Señor, el primero entre los resucitados. Él es el Rey del corazón, un buen Pastor; Él es el Novio. Él instituyó la Iglesia, el ministerio y los Sacramentos para la salvación de todos los hombres. ¡Él es el Señor de todo! ¡Él es el Hijo amado, en quien Dios tiene complacencia!
A Él debemos oír.