Heredad busca herederos: su valor es inconmensurable, indestructible e inmarcesible. Lo que tienen que traer los candidatos y cómo pueden sacar provecho ya hoy. Percepciones de un Servicio Divino con el Apóstol Mayor.
«Hemos renacido de agua y Espíritu y hemos recibido esta maravillosa promesa de que Dios nos dará la vida eterna, una herencia maravillosa en el cielo». Con esta afirmación comenzó la prédica del 30 de septiembre de 2018 en Brisbane (Australia).
Todo lo que tiene que ver con esta herencia lo explica el texto bíblico de 1 Pedro 1:3-5: «Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero».
La herencia espera
«Definitivamente no soy un soñador», mencionó el Apóstol Mayor Jean-Luc Schneider. «Pero de tanto en tanto vale la pena reflexionar lo que significa: ser librados de todo mal, tener un cuerpo de resurrección, simplemente ser perfecto, corresponderse con la voluntad de Dios, estar en plena armonía con Dios y unos con otros, y tener esta misión especial de ayudar a todos los hombres a ser salvos para Jesucristo. Te digo que cuanto más reflexiono sobre esto, más entusiasmado estoy, ¡este es nuestro futuro!».
«Esta herencia ya existe», acentúa. Jesucristo fue es primer hombre en ser sobrevestido con el cuerpo de resurrección, en tomar posesión de la herencia de su Padre y entrar en la gloria divina. «Dios ha preparado una gran herencia para ti que te está esperando». Hasta ese momento el Señor vela por ella y la preserva de todo daño.
Una herencia eterna
Por un lado, la herencia es incorruptible: «Esta herencia es tan grande como lo era el día en el que Jesús tomó posesión de ella, no cambió, el tiempo no ejerce influencia sobre ella». Y tampoco cambia porque el hombre tenga que esperar mucho tiempo hasta llegar a poseerla. Es una heredad eterna. «La salvación que se manifestará en el reino de Dios será eterna».
Por otro lado, la herencia es incontaminada: El mal no podrá destruir esta nueva comunión de Dios con el hombre, ya que Cristo venció en la cruz. «La herencia no puede ser dañada por las imperfecciones de los servidores y los miembros de la Iglesia de Cristo. No puede ser contaminada por tus propios pecados y debilidades». Y su valor no depende de méritos propios, sino que se lo da la gracia.
Y, finalmente, la herencia es inmarcesible y nunca perderá su valor: siempre será más preciosa que cualquier cosa que nos pueda ofrecer la vida sobre la tierra. Siempre será más grande que todas las aflicciones por las que hayamos tenido que pasar. Y no se reducirá por compartirla con otros.
Sobre los herederos
«Esta herencia está reservada para aquellos que creen en Jesucristo y lo siguen», dejó claro el Apóstol Mayor. Pero Dios no sólo protege la herencia, sino que también vela sobre sus herederos: «Dios usará su poder para salvar a aquellos que creen».
La vida del que cree está guiada por la esperanza viva en la vida eterna. Esto hace posible perseverar en la desdicha y la adversidad. Esto también consuela cuando sentimos compasión por los demás. Y esto nos alienta a acercar la salvación a nuestro prójimo y ayudarlo a alcanzarla.
La conclusión: «Lo único que debemos hacer es: ¡tengamos fe y luchemos!».