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En el huerto de la nueva creación

19 04 2025

Autor: Simon Heiniger

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Pascua es el comienzo de todo lo que puede llegar a ser nuevo. En la resurrección de Cristo comienza la nueva creación, para los vivos y los difuntos.

La tierra tiembla, el sol se oscurece. Cuando Jesús muere, la creación misma reacciona. Parece gritar ante la muerte de su Creador. El Evangelio de Mateo describe un violento terremoto y una oscuridad antinatural al mediodía (Mateo 27:45 y 51).

Pero estas señales son algo más que fenómenos naturales: simbolizan un cambio profundo. Imágenes similares se encuentran también en los anuncios proféticos sobre el retorno de Cristo. Lo que sucede en la cruz no solo concierne a la salvación de algunos individuos. Es un acontecimiento cósmico que sacude el cielo y la tierra.

El punto de inflexión se produce al tercer día. En el huerto donde Jesús fue enterrado, María Magdalena encuentra a Cristo resucitado y lo confunde con el hortelano. Así lo describe el Evangelio de Juan (Juan 19:41; 20:15). Una supuesta confusión que teológicamente está llena de significado: el Resucitado es el nuevo hortelano en un nuevo huerto. Una referencia al comienzo de la nueva creación.

De la ruptura a la reconciliación

La Biblia también comienza en un huerto: en el paraíso del Edén. Allí, el ser humano vive en comunión directa con Dios, hasta la ruptura. La caída en el pecado separa al ser humano de su Creador, la primera creación es vulnerada.

Ahora, en el huerto de la Resurrección, esta relación se renueva. Así como Dios habló con Adán y Eva en el paraíso, Cristo habla ahora con María. El nuevo Adán ha resucitado (1 Corintios 15:45) y con él comienza una nueva humanidad, caracterizada por la comunión con Dios, por la gracia y la esperanza.

Su resurrección no es solo una victoria sobre la muerte, sino un paso hacia la comunión original, así como la quería Dios. El huerto como lugar de separación se convierte en lugar de reconciliación. “Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo”. (2 Corintios 5:18)

La nueva creación comienza con Cristo

Pascua es más que un suceso histórico: es un nuevo día de la creación. La resurrección tiene lugar el primer día de la semana; el Evangelio de Juan subraya deliberadamente esta clasificación temporal.

El paralelismo con el relato de la creación es evidente: “Sea la luz”, dice el Génesis. Y Cristo, la luz del mundo, trae esta misma luz a un mundo en tinieblas. Pascua marca el comienzo de una nueva realidad: un mundo en el que la muerte ya no tiene la última palabra.

Estos efectos son universales. La doctrina nuevoapostólica resalta que la resurrección de Cristo abre el acceso a la salvación no solo a los vivos, sino también a los muertos. Mientras que en el Antiguo Testamento el hombre caído en el pecado estaba a merced de la muerte, Cristo hace posible que se produzca un desarrollo en los difuntos: un cambio fundamental en la historia de la salvación.

Florecer allí donde Cristo planta

Los que siguen a Cristo pasan a formar parte de esta nueva creación. Mediante el renacimiento de agua y del Espíritu –el Bautismo y el Sellamiento– comienza una nueva vida a la luz del Resucitado. Este renacimiento espiritual es la primera participación en la transformación que se consuma en la resurrección de Jesús. Cristo manifiesta también un cuerpo nuevo, ya no terrenal y limitado, sino transfigurado, como “primicias de los que durmieron” (1 Corintios 15:20).

La Iglesia de Cristo, cuya plantación se revela en Pentecostés, también tiene sus raíces en Pascua. La resurrección es a la vez origen, meta y manantial de fuerza. Los que se vuelven a este Cristo son transformados. Y, aún más, ellos mismos pueden llegar a ser un lugar fértil. En palabras del profeta Isaías: “Jehová te pastoreará siempre […]; serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltarán” (Isaías 58:11).

Un huerto de Dios en un mundo sediento.


Foto: generada por IA

19 04 2025

Autor: Simon Heiniger

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