
Al fin y al cabo, hacer el bien no es solo seguir las reglas, es una forma de vivir nuestra fe y adelantar el reino de Dios. Así ve el Apóstol de Distrito John Schnabel (EE. UU.) el lema de este año.
El concepto de “hacer el bien” a menudo plantea preguntas sobre su papel en la salvación, si es la fe o las obras lo que realmente importa. Aunque las buenas obras no hacen ganar la salvación, las parábolas de Jesús nos ayudan a entender cómo fluyen naturalmente de una vida transformada por su gracia.
A través de las parábolas de El árbol y su fruto (Lucas 6:43-45), Las ovejas y los cabritos (Mateo 25:31-46) y El buen samaritano (Lucas 10:25-37), vemos que las buenas obras reflejan a Cristo viviendo en nosotros. Estas historias nos enseñan que la verdadera bondad proviene del amor, la humildad y un corazón centrado en servir a los demás, especialmente cuando esto no es fácil.
Un árbol y su fruto
¿Qué nos inspira a hacer el bien? Jesús explicó a sus discípulos que “no es buen árbol el que da malos frutos, ni árbol malo el que da buen fruto. Porque cada árbol se conoce por su fruto” (Lucas 6:43-44). Las buenas obras son el resultado automático de nuestro seguimiento a Cristo teniendo conciencia directa de su gracia y amor hacia nosotros. El fruto de un árbol indica que el árbol tiene vida; el fruto no da la vida al árbol, es el resultado de que el árbol esté vivo.
Uno no afecta al otro: o Cristo vive en ti y haces buenas obras, o no vive en ti y no haces buenas obras. Al pasar a nuestra siguiente parábola de Mateo, hay una conexión interesante que señalar: los que estaban a la derecha de Cristo no eran conscientes de sus actos de bondad, y los de la izquierda no reconocían su falta de acción. De nuevo, hacer el bien es una indicación de la vida de Cristo en nosotros.
Las ovejas y los cabritos
Todos estamos familiarizados con la parábola de Jesús de Mateo 25 en la que el Hijo del Hombre aparta las ovejas de los cabritos y cada grupo se cuestiona si ha servido o no al rey. Sus actos se determinan mediante una prueba de fuego: ¿qué hicieron a “los más pequeños”?
¿Qué define la “pequeñez” de un alma? Pienso que esto se refiere a la selección y categorización de las personas por parte de la humanidad, más que a la forma en que Cristo ve el valor de cada alma. Él no clasifica a las personas de la misma manera que nosotros. En sus ojos, no hay “estos más pequeños”, sino que en su perspectiva eterna cada alma tiene el mismo valor, que desafía la categorización humana y las circunstancias en que las personas se encuentran aquí en la tierra. Cuando nos vemos unos a otros a la luz de su perspectiva eterna y su vida vive en nosotros, entonces haremos el bien a todos. De este modo, no solo vivimos en el reino ahora, sino que también adelantamos la llegada del reino eterno.
El buen samaritano
En Lucas 10:25-37, la parábola del buen samaritano nos enseña profundas lecciones sobre la abnegación, la humildad y lo que realmente significa amar al prójimo. Cuando un intérprete de la ley pregunta a Jesús: “¿Quién es mi prójimo?”, Jesús responde con una narración que desafía las nociones convencionales de bondad y servicio, ilustrando un amor que va más allá de los meros actos de caridad para abarcar un compromiso desinteresado con los demás y, de nuevo, amplía nuestra comprensión de “a quién” debemos servir.
El samaritano de la parábola de Jesús ejemplifica una forma radical de compasión: no solo ayuda al hombre herido, sino que invierte su tiempo, sus recursos y sus finanzas personales para garantizar su bienestar. Jesús nos llama a emular una actitud similar: sacrificar nuestro tiempo y comodidad por los demás, aunque sea costoso, incómodo e invisible. Nuestras acciones, especialmente en el servicio a los demás, deben estar impulsadas por la humildad y el deseo genuino de reflejar el amor de Cristo, más que por un deseo de reconocimiento.
Además, la parábola subraya la importancia de realizar buenas obras como medio de profesar y demostrar la fe. Tales actos de servicio, realizados con sinceridad y desinterés, dan testimonio del poder transformador de Cristo en la vida de un creyente. Como cristianos, estamos llamados a “detenernos” para asistir a aquellos con los que nos encontramos, lo que significa que debemos estar dispuestos a ayudar y cuidar a los que se cruzan en nuestro camino.
Conclusión
En el Padre Nuestro expresamos nuestra esperanza de que venga el reino, pero esta petición también implica nuestra participación activa. El Apóstol Pedro subraya este papel en 1 Pedro 2:9, donde describe a los creyentes como “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios”. En este llamamiento, se nos encomienda reflejar la voluntad de Dios llevando activamente su bondad al mundo. Como extensiones de su reino, servimos como conductos de su propósito divino, ayudando así a hacer tangible a los demás la realidad del reino venidero. A través de nuestras acciones y nuestro testimonio, participamos en el cumplimiento de esta oración, encarnando el reino de Dios en la tierra.
A la luz de estas tres enseñanzas de Jesucristo, ¡siempre es tiempo de hacer el bien! Vivimos de acuerdo con el mensaje del Evangelio 24 horas al día, 7 días a la semana: viendo con la perspectiva de Cristo, dejando que su vida dé fruto a través de nuestras acciones y sirviendo a los demás con abnegación y compasión, especialmente cuando es más difícil hacerlo.