
Hacer el bien implica realizar acciones que beneficien a otras personas. Incluso si se dispone de los medios necesarios, pueden surgir dificultades. El Apóstol de Distrito Joseph Opemba Ekhuya (África del Este) explica cómo superarlas.
La historia del buen samaritano es un buen ejemplo de cómo hacer el bien sin demora. Cuando el viajero de la historia se dio cuenta de que el hombre estaba herido y no podía valerse por sí mismo, no se detuvo a indagar sobre su origen o si era responsable de lo que le ocurría. Se puso manos a la obra y le salvó la vida.
En Gálatas 6:9 el Apóstol Pablo dijo a los gálatas que no debían cansarse de hacer el bien, porque a su tiempo segarían. Cansarse de hacer el bien puede ocurrir cuando una persona sigue acudiendo con la misma necesidad. El dador tiene entonces la impresión de que está siendo explotada su bondad y puede intentar limitar el contacto.
Pienso que el Apóstol Pablo no estaba diciendo a los creyentes que fueran ingenuos, sino que estaba abordando preocupaciones genuinas, en particular las espirituales. Hacer el bien es un mandamiento de Jesús. Es un mandamiento que conlleva la promesa de una recompensa de vida eterna en el reino de Dios (Mateo 25:37-40).
Un Apóstol ya fallecido nos contó una historia en un Servicio Divino para la juventud. Habló de un pariente que solía visitar su oficina cuando el Apóstol aún ejercía su profesión. Cada vez que el hombre venía de visita, tenía una necesidad económica.
Un día vino de visita y el Apóstol estaba sentado en su despacho. Lo vio a través de la ventana y le dijo a su secretaria que no quería ver al hombre. Tras decirle que se fuera y viniera otro día, el hombre no aceptó irse. Insistió y se quedó en la recepción.
Al cabo de unas horas, el Apóstol decidió por fin reunirse con su pariente. Pidió a la secretaria que lo hiciera pasar. El hombre entró en la oficina con una bolsa de papel y dijo sonriendo: “Sabes, me había ido de viaje lejos y en mi viaje, vi unos buenos zapatos en un negocio y pensé que podría sorprenderte con zapatos nuevos. Aquí los tienes, son de tu talla”.
El Apóstol, avergonzado, tomó los zapatos y se los probó. Eran exactamente los que quería comprarse, pero seguía aplazándolo.
Al final de la historia nos reímos con él.