«Te quiero hacer tan rico como soy yo», explicó el multimillonario. ¿Aceptar o rechazar el ofrecimiento? El comienzo de una nueva serie «En foco» lo hace el Apóstol de Distrito John L. Kriel de la Iglesia regional África del Sur.
Cuando vi el mensaje de año nuevo del Apóstol Mayor, en el que proclamó el lema del año 2019, recordé un punto de inflexión de mi vida. En aquella época trabajaba para un hombre, un multimillonario, que por su gran patrimonio se podía permitir un estilo de vida muy lujoso. No obstante, la forma en la que realizaba sus negocios y trataba a los demás, era en absoluto compatible con lo que Cristo enseñó y deseaba de las personas.
Cierto día me pidió reunirme con él. El encuentro debía tener lugar un miércoles por la noche. Le dije: «No puede ser porque los miércoles voy al Servicio Divino». Reaccionó con enojo. A la mañana siguiente me fue pedido que fuese a su oficina, donde me recordó qué rico él era y me dijo: «Tengo planes contigo. Te quiero hacer tan rico como soy yo». Estas palabras nunca más las olvidé, tampoco el reconocimiento que obtuve a raíz de ellas.
Para ser tan rico como él, debía estar dispuesto a pagar el mismo precio que él: el de ser como él. Y yo no estaba dispuesto a hacerlo. Como hijo de Dios había recibido una promesa para el futuro que era sumamente más preciosa y valiosa que la riqueza terrenal. Si mi riqueza y mi felicidad solo se limitara a mis posesiones terrenales, sé que no tendría futuro.
Mirando hacia atrás a este hecho, me viene a la memoria Abram y lo que le dijo al rey de Sodoma. Fue después de que quiso devolver al rey de Sodoma los bienes robados y todas las provisiones y que el rey luego le quiso dejar como recompensa. Abram se negó a aceptarlos ya que no quería que su éxito se debiera al rey y a la pecaminosidad de Sodoma (Génesis 13:13). Pues todo lo que Abram tenía lo había recibido de Dios.
Abram le dijo al rey de Sodoma: «He alzado mi mano a Jehová Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra, que desde un hilo hasta una correa de calzado, nada tomaré de todo lo que es tuyo, para que no digas: Yo enriquecí a Abram» (parte de Génesis 14:22-23).
Humanamente, por cierto, todos quisiéramos tener más riqueza material; ser ricos en Cristo mejora nuestra forma de ver agregándole una nueva dimensión y nos deja ver la verdadera riqueza. Que el Señor nos cuide de volvernos alguna vez tan pobres que lo único que nos quede fuese dinero. Abraham no quería ser enriquecido por nadie que no fuese Dios. Haremos bien si llevamos el lema a nuestro corazón y aspiramos la riqueza en Cristo.
Foto: Oliver Rütten