En foco 12/2020: Libertad, el mayor regalo de Dios
La libertad es un don de la gracia de Dios. Pero Él no nos obliga. Solo da libertad a los que la quieren. Esta es una experiencia del Apóstol de Distrito Edy Isnugroho (Asia del Sudeste).
Recuerdo un miércoles por la noche. Al final del Servicio Divino descubrí que un Pastor al que conocía muy bien no había estado presente. Me dijeron que había estado enfermo durante unas semanas. Quería visitarlo, pero como ya era tarde, no estaba seguro. Pero mi corazón me instó a ir a verlo. Así que llamé a su esposa. Me pidió que viniera inmediatamente. Cuando me paré frente a él, se veía muy débil, pero estaba radiante en todo su rostro. Me habló de sus problemas de salud. Ya había ido al médico e incluso había ido varias veces al hospital, pero hasta ahora los médicos no habían podido hacer un diagnóstico definitivo.
Lo que realmente le preocupaba, sin embargo, era que se había enredado en una doctrina equivocada. Recordó: “El Evangelista me dijo que esta doctrina no se basaba en el Evangelio de Cristo y no provenía del apostolado. Pero aun así yo creía que era verdad. Y luego también me habló el Evangelista de Distrito, pero me ceñí a esta doctrina. Incluso pensé que la doctrina equivocada era la vuestra”. Contó que había pensado y orado mucho, que había reflexionado, luchado consigo mismo y mirado hacia atrás en su vida.
Dijo que llegó a ser un hijo de Dios cuando era un bebé. “Crecí en la fe nuevoapostólica, estuve activo en la juventud. Por la gracia de Dios llegué a ser un portador de ministerio y serví a Cristo durante muchos años. Con gusto le dije a muchas personas que como cristiano nuevoapostólico pronto tendré la oportunidad de tener comunión con Dios en el inminente retorno de Cristo”. Y durante la conversación se dio cuenta de que el Evangelista y el Evangelista de Distrito tenían razón. Había experimentado una crisis de fe, se había extraviado y fue capaz de arrepentirse. “Y ahora estás aquí, mi amigo y Apóstol. Dios te ha enviado a esta hora, tan tarde, para ayudarme. Por favor, ora por mí para que mis pecados sean perdonados y mi alma se llene de paz”. Nos arrodillamos junto a su cama y oramos, y luego dijimos el Padre Nuestro. Después del “amén” dijo: “Me siento tan aliviado y agradecido”. Luego nos despedimos.
Unos días después, me enteré de que el Pastor había muerto. Dios lo había liberado de sus dolencias físicas, pero sobre todo de la doctrina extraña en la que se había enredado.
Foto: NAC Southeast Asia