Quien quiera vencer en Cristo también deberá luchar junto a Él. Y no siempre se trata de grandes batallas, dice el Apóstol de Distrito Markus Fehlbaum (Suiza) e ilustra sus palabras su relato de viaje.
Vencer con Cristo es algo grandioso, que da satisfacción. ¿Quién no lo quiere experimentar? Pero antes de vencer es necesario luchar, y esto supone luchar con Cristo. Qué consuelo es saber que no luchamos solos, sino que Él lucha con nosotros. ¡Cristo nos ayuda a vencer!
A veces “sólo” son prejuicios humanos, los que nos impiden experimentar la grandeza y todo el poder de Dios. Cierto tiempo atrás me encontraba en Cuba y allí pude constatar la confianza inquebrantable de nuestros hermanos y hermanas en la fe. No les está concedido celebrar Servicios Divinos sin sufrir molestias y aún así no renuncian a las esperanzas de que alguna vez esto cambiará. Oran por ello todos los días.
Aquí, en nuestro país, podemos asistir sin problemas a los Servicios Divinos. Lo consideramos algo que se da por hecho. Aún así, de vez en cuando nos entregamos a la presión cotidiana de los plazos y “luchamos” consecuentemente por hacernos de un espacio de tiempo libre que nos permita asistir a los Servicios Divinos. Aunque también es posible que aparezcan otras actividades que a primera vista consideremos más importantes, por lo que ni siquiera iniciamos la lucha.
Hace poco, un hermano en la fe que trabaja como gastronómico me comentaba que debido a su trabajo los fines de semana y avanzada la tarde prácticamente no le quedaba tiempo disponible para su encargo ministerial como Diácono. Entonces pidió ayuda a Dios, renunció a su puesto de trabajo y comenzó a buscar otro empleo. En la entrevista laboral aclaró que no estaba disponible los domingos ni durante la semana avanzada la tarde, porque este tiempo lo necesitaba como Diácono de su Iglesia. De hecho era una demanda poco habitual para un empleo gastronómico. Sin embargo, con Cristo a su lado este hermano pudo salir victorioso. Quien en adelante sería su jefe no sólo cumplió sus deseos, sino que le aumentó el sueldo. Ahora, este jefe es feliz con su nuevo empleado y la comunidad siente alegría por su Diácono, el que tiene tiempo para su tarea en la Obra del Señor.
Durante mi estancia en Cuba, los hermanos y las hermanas me pidieron que orase para que llueva. El hombre y la naturaleza tenían sed de alivio. Oramos a nuestro Padre celestial pidiéndole ayuda en la fe infantil. Aproximadamente una hora después de orar cayó un primer chaparrón, dos días más adelante comenzó a llover copiosamente en la isla. Tres meses después hasta llovió toda la noche. Una vez más pudimos experimentar cómo el amado Dios reconoce la confianza infantil y creyente de sus hijos, contrariamente a todo prejuicio humano.
De corazón deseo a todos nosotros: ¡Cada día una victoria con Cristo!