Valorar los distintos dones y capacidades y no percibirlos como diferencias. Invita a hacerlo el Apóstol de Distrito Tshitshi Tshisekedi (RD Congo Sudeste) en su carta referida al lema del año.
Por lo general, cuando se nos pide que describamos a dos personas paradas delante de nosotros, la percepción humana reconoce mucho más rápidamente aquello que las diferencia, más que aquello que tienen en común.
En la fiesta de Pentecostés de este año el Apóstol Mayor nos dijo que el Espíritu Santo trabaja en nosotros, está activo en nosotros. Propongo un trabajo que el Espíritu Santo puede hacer en mí: cambiar mi percepción del prójimo, del ministerio ordenado y de la Iglesia.
En lugar de describir todo lo que me separa de mi prójimo, todo aquello que diferencia a un portador de ministerio del otro y lo que significa la diversidad que encontramos en la Iglesia, me concentro más en lo que tienen en común. Y lo hago sabiendo que uno siempre se diferenciará del otro.
Nuestras diferencias, sean geográficas, idiomáticas, socioculturales, dependientes de la edad, del sexo, de la inclinación sexual y muchas otras más, conforman una riqueza. Presuponiendo que aceptamos al otro así como es, así como Jesús también nos acepta como somos. Juntos poseemos existencias mineras que aún no hemos explotado lo suficiente. Entre ellas menciono las siguientes:
- El amor de Dios: Esta riqueza fue colocada en nosotros en nuestro Santo Sellamiento, cuando recibimos el don del Espíritu Santo. Dios nos quiere salvar a todos juntos; por eso, amémonos unos a otros.
- La gracia divina: Esta riqueza nos es dada por Dios sin merecerla; y por esta gracia somos salvados. Apoyémonos unos a otros en el núcleo de nuestras debilidades y no encontremos excusas en el prójimo, en el portador de ministerio ordenado o en la Iglesia para justificar nuestras debilidades.
- La paz divina: Esta riqueza espiritual está vinculada con nuestra filiación divina. Aunque alrededor de nosotros haya muchas corrientes y confusión, Jesús es y sigue siendo el buen capitán que nos asegura que estará con nosotros. No tengamos miedo, estemos en paz con Él y en paz con los demás.
- La esperanza divina: Esta nos es garantizada por el Espíritu Santo, quien obra en nosotros. El Señor viene pronto. Lo considero no solo una promesa, sino más bien una confesión de fe. Fortalezcámonos unos a otros.
“Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo” (1 Corintios 12:4–6).
Foto: ENA DRC