“Servir y reinar con Cristo”. ¿En beneficio de quién? El Apóstol de Distrito Tshitshi Tshisekedi plantea esta pregunta en su aporte al lema del año y echa una mirada a las generaciones venideras. ¿Qué legado vamos a dejar?
Si en el reino de paz serviremos y reinaremos con Cristo, entonces en la nueva creación que le seguirá no solo reinaremos con Cristo, sino que también serviremos a Dios. Esto no debe proyectarse solo en nuestro futuro. Porque ya en las circunstancias actuales estamos llamados a servir a Dios con nuestras posibilidades. Acudiendo al Servicio Divino y sirviéndonos unos a otros como Cristo nos enseñó, es al amado Dios a quien servimos (Juan 13:14-15).
Quisiera detenerme un poco en el servicio que estamos llamados a prestarnos los unos a los otros. Nuestros semejantes viven con nosotros en esta tierra, son personas que conocemos. Es perfectamente comprensible que las sirvamos. También puede ser que esto no esté necesariamente motivado por el amor a Dios. A veces es solo por afecto debido a la proximidad física y estos sentimientos pueden mezclarse.
Luego convivimos con nuestros semejantes y algunos de ellos ya nos han precedido en el más allá. Están los que conocemos y los que no conocemos. A ellos también podemos servir.
Así que cabe preguntarse: “¿Hemos pensado alguna vez en esta otra categoría de personas? Es decir, las personas que aún no viven con nosotros en esta tierra, que aún no nos han precedido al mundo del más allá, las que no conocemos”. Debemos admitir que esto se nos ha escapado. Y, sin embargo, vivirán en este mundo esperando la venida del Señor.
Pensemos en esas personas que un día nos sustituirán en esta tierra, si Cristo entretanto no hubiera venido nuevamente. La recomendación bíblica de velar (Mateo 25:13) vale aquí su peso en oro. Aunque guardemos dentro de nosotros ese santo conocimiento de que el Señor vendrá pronto (Apocalipsis 1:3), esto no nos impide inscribir en el tiempo nuestro servicio a los demás, proporcionando ya a las generaciones futuras todo lo que necesitan para su salvación. Esto, por supuesto, lo encontrarán en la Iglesia. Una especie de herencia material y al mismo tiempo espiritual que dejamos a los que vendrán después de nosotros.
Sugiero que en el centro de nuestro servir demos prioridad al retorno de Cristo. Si nuestro obrar se centra en la venida del Señor, nuestra inversión en la Obra de Dios será duradera. Cuando Dios creó al hombre, le ordenó labrar y guardar la tierra (Génesis 2:15). Por no habernos tomado en serio esta gran responsabilidad, ya somos víctimas de esta mala gestión y existe el peligro de que las generaciones futuras sufran aún más. La Iglesia de Jesucristo es más claramente perceptible allí donde están presentes el ministerio de Apóstol, la administración de los tres Sacramentos a vivos y muertos, y el debido anuncio de la palabra. Es allí donde está establecida la Obra Redentora del Señor, en la que se prepara la novia de Cristo para las bodas en el cielo, como podemos leer en nuestro Catecismo en el capítulo 6, punto 5. Pienso que también nosotros somos responsables de utilizar y administrar bien esta Obra Redentora. Esto no es solo responsabilidad de los Apóstoles o de los portadores de ministerio, sino que es una inversión de cada uno de nosotros como el “sacerdocio real”. Por pequeña que sea nuestra tarea en esta Obra de Redención, tiene un gran impacto en la vida de los que hoy forman parte de ella y de los que lo harán en el futuro. El uso de nuestros recursos espirituales y materiales en esta Obra debe tenerlo en cuenta.
Foto: RD Congo Sud-Est