La fe crece en las relaciones. Cuando los niños son bien recibidos, animados a servir y se deposita en ellos confianza para que lo puedan hacer, descubren sus dones y florecen. Aquí otro artículo de “en foco”, esta vez del Ayudante Apóstol de Distrito Arnaud Martig (Canadá).
En muchas culturas, la crianza de los hijos se considera responsabilidad de “todo el pueblo”. Sin embargo, cada vez más, esta tarea recae casi por completo en los padres. Algunos incluso ven a los abuelos y parientes como personas ajenas que no deben interferir. Esta forma de pensar puede debilitar los lazos familiares, ya que se dedica más energía a mantener la paz que a construir vínculos sólidos.
La misma tendencia puede aparecer en las comunidades. Por miedo a sobrepasarse, muchos se abstienen de relacionarse con los niños que los rodean. Sin embargo, esto los deja sin la red de relaciones llenas de fe que los ayuda a crecer fuertes. Pero el miedo no tiene la última palabra. Estamos llamados a responder hoy, con determinación, amor y cuidado.
Como nos recuerda la Escritura, estamos llamados a sobrellevar los unos las cargas de los otros (Gálatas 6:2) y a edificarnos mutuamente. Esto incluye cuidar de los más pequeños entre nosotros. Ningún niño debería crecer sin el aliento, la guía y el amor de la comunidad. En lugar de retroceder, se nos invita a dar un paso adelante: es tiempo de hacer el bien, rodeando a la próxima generación como una comunidad fuerte y solidaria.
La inversión temprana es importante
Los vínculos que se establecen con los niños en sus primeros años pueden moldear su fe durante décadas. Las investigaciones demuestran que lo que más influye en la fe de un niño no son los programas o las prédicas bien pulidas, sino una relación viva con Dios que se nutre a través de relaciones genuinas con los miembros de la comunidad.
Los niños que están rodeados de varios adultos llenos de amor que invierten intencionadamente en ellos son mucho más propensos a desarrollar una fe duradera. Los amigos de la escuela dominical que los animan a seguir a Cristo, las oportunidades de servir activamente en la comunidad, orar y leer la Biblia con regularidad: todo ello desempeña un papel fundamental en la formación de la fe de un niño.
Incluso los pequeños gestos –una palabra amable, un oído atento, una sonrisa en la puerta de la iglesia– crean el tejido de pertenencia que fortalece a los corazones jóvenes en Cristo.
El papel vital de los padres
De todas las influencias en la vida de un niño, ninguna es mayor que la de los padres. La fe se arraiga de forma más natural en el hogar, mucho antes de la escuela dominical o el grupo de jóvenes. Los niños observan cómo oran sus padres, cómo toman decisiones y cómo confían en Dios en la vida cotidiana.
El libro de Proverbios enseña: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6). Una fe vivida en casa proporciona a los niños una base que perdura toda la vida.
Involucrar a los niños en el servir desde pequeños
La fe no solo crece al escuchar, sino que florece al actuar. Cuando se invita a los niños a servir de manera significativa, descubren que ellos también tienen dones que pueden aportar a la vida de la comunidad. Leer un pasaje de la Biblia, ayudar con la música, dar la bienvenida en la puerta o colaborar en diversas tareas de servicio les enseña: “Yo pertenezco a este lugar y mi contribución es importante”.
Pero hay más. Al servir, los niños no solo fortalecen su vínculo con la comunidad, sino que también profundizan su conexión personal con Dios. Al servirlo junto con otros, experimentan que su fe es activa, viva y significativa.
Este es un llamado a los portadores de ministerio y dirigentes para que actúen temprano. Esperar hasta la Confirmación para involucrar a los jóvenes en el servir a menudo es demasiado tarde. Los jóvenes están listos y ansiosos por que se confíe en ellos. Cuando se los anima a usar sus dones de manera significativa desde temprano, comienzan a florecer. Estas experiencias los preparan para servir con alegría en el futuro como maestros, portadores de ministerio y dirigentes.
El llamado a la comunidad
El cuidado de la próxima generación nos pertenece a todos. Cada creyente tiene algo que dar: una oración, una palabra de aliento, una invitación a servir o un interés genuino en la vida de un joven. Estos actos construyen puentes y fomentan un sentido de pertenencia.
Lo que los niños más necesitan son relaciones con personas que sepan sus nombres, los saluden cálidamente y les muestren a través de su vida lo que significa seguir a Cristo. Rodeados de tales conexiones, los niños y jóvenes sentirán: “Pertenezco. Soy amado. Soy parte de esta comunidad”.
Y a cambio ocurre algo hermoso: quienes se relacionan con los más jóvenes descubren un sentido más profundo de pertenencia. Los lazos de comunión se fortalecen y la comunidad se convierte en un lugar donde tanto jóvenes como mayores se sienten como en casa.
Es tiempo de hacer el bien, construyendo lazos duraderos que mantengan a la próxima generación profundamente arraigada en Cristo.