El futuro puede ser el próximo minuto, el próximo año o incluso una eternidad. Esto también se aplica al futuro con Cristo: el Apóstol de Distrito Peter Schulte (Pacífico Oeste) muestra las similitudes y diferencias.
En la vida cotidiana nos concentramos en las cosas que tenemos a mano. Trabajamos con la comprensión y la experiencia, provenientes del pasado. Sin embargo, la vida misma está orientada al futuro.
Estoy seguro de que, en retrospectiva, tomaríamos algunas decisiones en nuestra vida de manera diferente, porque creemos que como resultado nuestra vida habría sido mejor. Algunas de estas decisiones habrían provocado cambios drásticos, otras solo pequeños.
Es conveniente tener claro de antemano lo que se quiere conseguir al final. Uno intenta hacer planes para estar bien preparado para el día de mañana. Nuestro instinto de supervivencia nos hace tomar hoy decisiones que favorecen nuestra salud y, por lo tanto, nuestro bienestar futuro. Esto incluye la planificación del mañana.
La esperanza también desempeña un papel esencial en nuestro futuro. La esperanza es tanto un deseo como una expectativa. Si no nos esforzamos por realizar el deseo, sigue siendo un deseo. El hecho de que la esperanza de una persona se cumpla depende en gran medida de los esfuerzos que haga para hacerla realidad. La razón de la esperanza está en el pasado, pero la esperanza mira al futuro.
Podemos comprender estos pensamientos en lo material, y también en nuestra vida de fe. En retrospectiva, las vírgenes insensatas –cuando tuvieron que vivir las consecuencias de su decisión– habrían tomado aceite extra.
En Mateo 5:6 leemos sobre un instinto de supervivencia espiritual: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. Lo experimentamos cuando anhelamos la palabra, el Sacramento y el perdón de los pecados. Solo a través de estos dones espirituales de Cristo podemos alcanzar la justicia ante Dios y llegar a la salvación.
Junto con nuestra fe, la esperanza es la expectativa optimista de lo que Dios nos ha prometido. Y su poder reside en su fidelidad hacia nosotros. Esperamos nuestro futuro a largo plazo con Cristo, pero ya estamos orientados a nuestro futuro cercano con Él.
El sabio consejo de tener claro lo que se quiere conseguir al final también se aplica en la fe. El próximo minuto, el próximo día, la próxima semana, el próximo año y la eternidad forman parte de nuestro futuro. Orientar nuestro futuro próximo a Él es seguirlo ya hoy.
Nuestro futuro a largo plazo con Cristo incluye la cena de las bodas del Cordero, el milenario reino de paz y una eternidad con el Señor.
Cuando nos involucramos plenamente en la relación con Cristo, Él nos enseñará, nos perdonará y nos fortalecerá. Y a través de esto llegaremos a ser semejantes a Él. En 1 Juan 3:2 leemos: «Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos como él es”.
Nuestro futuro en Cristo comienza ahora: en nuestra mente y en nuestro corazón.