No esperar simplemente el futuro, sino prepararlo activamente y ayudar a darle forma. Este es el tenor del lema nuevoapostólico para 2021. El Apóstol de Distrito Michael Ehrich (Alemania) explica por qué.
El interés por el futuro está en la naturaleza del ser humano. Existe incluso una disciplina científica llamada “futurología” que examina sistemáticamente los posibles desarrollos futuros. Lo que nos deparará el futuro en detalle, nadie lo sabe. Por ejemplo, a principios de 2020 nadie podría haber adivinado los trastornos que desencadenaría la pandemia del coronavirus.
Las grandes promesas
La constante en nuestra vida es Dios (Malaquías 3:6a). Tenemos todos los motivos para tener confianza, porque así como Dios ha estado con nosotros hasta ahora, estará con nosotros en el futuro. Esta seguridad se basa en la promesa del Hijo de Dios: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20b). Porque también ha prometido su retorno, esto también es una certeza inamovible para nosotros, hacia la que dirigimos nuestra vida. El futuro nos trae la unión duradera con ÉL.
Esto también nos reconforta en el recuerdo de nuestros difuntos. Cada uno de nosotros tiene relaciones con el mundo del más allá: abuelos, padres, cónyuge, hijos, parientes, hermanos y hermanas en la fe. “Cristo, nuestro futuro” significa también que compartimos un futuro con los que nos han precedido, con el Padre en la luz, compartiendo la gloria.
Damos forma a nuestro futuro
Es necesario proclamar la Obra de Dios y especialmente el mensaje: “¡Jesucristo está con nosotros! Y vendrá otra vez a llevar su Obra a la consumación”. Cuanto más nos demos cuenta de esto, más podremos estar serenos, seguros y confiados. También se pondrá de manifiesto la alegría de poder colaborar en la Obra de Dios. Todo lo que hacemos en la Obra de Dios está orientado al futuro.
No esperamos nuestro futuro, sino que lo moldeamos activamente: asegurándonos de que la naturaleza de Jesús nos llene cada vez más y sirviendo con los dones que Dios nos ha dado. Para ello, buscamos su cercanía, por ejemplo, en la oración, en el Servicio Divino, observando los mandamientos, en una vinculación interior y constante con Jesucristo.
Si encontramos una deficiencia, podemos solucionarla con la ayuda de Cristo. Por ejemplo, si ha disminuido el amor, damos más espacio al Espíritu Santo. Si se ha resentido la alegría en la fe o nos hemos vuelto algo “cansados”, adquirimos nuevas fuerzas con la palabra y los Sacramentos. Cuando sea necesario, volvemos a empezar con la ayuda del Señor; Él se confiesa a nuestra fe y nuestra confianza.
Así, Cristo ya es nuestro presente y podemos tener alegría en ÉL en cada situación de la vida. Con Él encontramos todo lo que necesitamos hasta su retorno.