El «amado Dios» es un nombre que se pronuncia con frecuencia para aludir al Creador del cielo y de la tierra. Lamentablemente lleva a que muchas personas empequeñezcan al Dios omnipotente adaptándolo a su imaginación. Consideraciones sobre el tema de los Servicios Divinos de octubre.
¿Puede el hombre llegar a entender la omnipotencia de Dios? Y si así fuere, ¿cómo? Queda claro que no hay que restar importancia a Dios. ¿Pero cómo experimentarlo aunque no entendamos, ciertamente, su poder, su potestad y omnipotencia?
Visible – invisible: mira bien
Precisamente este interrogante es el tema principal de los Servicios Divno nuevoapostólicos del mes de octubre. Una posible respuesta: ¡en la creación! Pablo escribe con inteligencia: «Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa» (Romanos 1:20). Palabras modernas, pero igual un texto difícil. Para entenderlo, el hombre tiene que mirar con exactitud: Dios bendijo la tierra, los hombres, las plantas y los animales y siempre les suministra alimento. Dios mismo, a pesar de ser invisible, puede ser percibido en todo lo que ha sido creado por Él. Creó la vastedad del universo, la formidable diversidad de la naturaleza, así como a cada uno de los seres humanos. Y aunque sean miles de millones, cada uno es único. Y como la creación hace referencia al Creador, está permitido preguntarse cómo trata el hombre a la creación y qué efecto ejerce esto en su imagen de Dios.
Y esto es sólo lo que el hombre puede ver con sus propios ojos. Existen además mundos que no se ven, ocultos, un mundo que sólo puede ser abierto con la fe en Dios. Confesar y alabar a Dios como el Creador, también significa reconocer al mundo invisible como su obra.
Visible – invisible: su mano de ayuda
La omnipotencia de Dios también se muestra en su capacidad para ayudar al hombre en desgracia, tribulación, cautividad y duelo. Aunque los hombres involucrados no siempre puedan reconocer la mano salvadora de Dios, es en las horas de fatalidad cuando Él está más cerca. Esto es tanto más válido cuando se trata de la salvación del alma. El creyente quiere salvación, redención, eterna comunión con Dios. No quiere una vida de disfrute, sino una vida con lo que necesita para vivir. Y en ambas vidas –en el aquí y ahora y en el más allá– es Dios el que ayuda y acompaña. Él da las fuerzas para vencer las tentaciones, su gracia libera del pecado, su Espíritu consuela. En su soberanía suprema, Dios es santo.
Visible – invisible: el sacrificio de Cristo no tiene parangón
Y después el criterio tan significativo de la omnipotencia de Dios: la palabra de la cruz. «Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios» (1 Corintios 1:18). Él se sacrifica por amor a nosotros. Nadie ni nada puede superarlo. La vida y la muerte de Jesucristo como Dios verdadero y hombre verdadero exceden toda lógica humana. Aún más: ni el entendimiento ni el intelecto pueden encontrar el camino a la redención, sino la fe en Jesucristo y su seguimiento. Oír esta palabra de la cruz, vivir acorde a ella y guardarla, es todo lo que el creyente cristiano debe exhibir. Oír – hacer – guardar, es el acorde a la redención.
El «amado Dios» es omnipotente, poderoso, universal, único. Es el Creador de toda criatura. Trasciende todo pensamiento y está por encima de toda dimensión humana. Y también es un Padre celestial lleno de amor.
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