Siempre plenamente comprometida, Almut Quittenbaum estaba activa en todos los ámbitos: profesional, privado y eclesiástico. Pero entonces llegó el colapso. Aprendió que menos puede ser más. La comunidad y el arte la ayudaron.
Desde el exterior, no se podría pensar que este edificio de departamentos en el distrito de Charlottenburg de Berlín, Alemania, tenga nada de especial: un departamento de dos habitaciones en la planta baja, al que se accede directamente desde el patio interior, alberga el estudio de la artista Almut Quittenbaum. “Mi esposo y yo nos habíamos mudado a este departamento en 2016”, nos cuenta nuestra hermana en la fe, “ahora me sirve de estudio, ya que alquilamos otra vivienda en el mismo barrio”.
Sin embargo, con la mudanza de una pequeña ciudad a la capital de Alemania comenzaron los problemas de salud. Llegó un momento en el que se sintió obligada a dar un paso atrás. No fue una decisión fácil para ella: “Por encima de todo, mi gran amor era dirigir el coro”.
Plenamente comprometida
Almut Quittenbaum es profesora de música, psicóloga, maestra de jardín de infantes y profesora de necesidades especiales. Con los conocimientos adquiridos, también se involucró en la comunidad. Ante todo, el trabajo del coro y las clases a los niños estaban muy cerca de su corazón. También fue miembro voluntario activo del grupo de proyectos “Los niños y la música”.
A fines de la década de 1990, la familia Quittenbaum también participó en la labor misionera en Rusia. “A mi esposo, de profesión ingeniero civil, le fue encomendada la tarea de acompañar la construcción de las iglesias de San Petersburgo y de Primorsk, entre otras cosas”, informa la hermana Quittenbaum. La pareja pasó dos años en el noroeste de Rusia con sus tres hijos, ayudando a construir las iglesias y también experimentando tiempos de formación para ellos mismos. Gracias a las clases de ruso en la escuela, que eran habituales en la República Democrática de Alemania, así como a un intenso aprendizaje independiente, la pareja había adquirido los conocimientos lingüísticos necesarios y disfrutó de poder trabajar en las comunidades como Evangelista y directora de coro, respectivamente.
Dar un paso atrás
Con las exigencias familiares, profesionales y eclesiásticas a lo largo de los años, Almut no se dio cuenta de que estaba llegando a sus límites. Hasta que se sintió muy mal después de mudarse a Berlín. “Estuve allí en cama durante días, con un dolor total, por lo que no podía pensar con claridad. Ya no podía cantar. Solo me corrían las lágrimas. También lloré mi coro y mi jardín en Niesky”. Como pudo, se levantó y buscó ayuda. Además de las dolencias físicas diagnosticadas y tratadas por los médicos, como una enfermedad reumática, también se plantearon componentes psicológicos como causa de su profundo agotamiento.
“El arte era la única actividad que podía realizar”, informa Almut Quittenbaum. Una vez a la semana acudía a un taller de pintura donde pudo perfeccionar sus conocimientos de grabado. “Allí estuvo el lugar donde pude sanar”.
Mientras tanto, participa cada vez más en exposiciones. Los primeros clientes quieren tener sus obras. Sus temas preferidos son las representaciones abstractas que dan cierto margen de interpretación. “No es diferente en la actividad con el coro. Preparas cantos y obras musicales para poder comunicar ciertos mensajes a las personas”.
“Mi sensación de logro es cuando la gente mira mi obra, la descubre, la interpreta, trata de entender la intención o simplemente expresa espontáneamente sus pensamientos. Esto crea una cierta unión social, al igual que ocurre en la música”.
Pasear al perro y recuperación
“Un día estaba en una florería y la dueña me pidió que vigilara el negocio durante cinco minutos porque tenía que pasear a su perro Gassi rápidamente. Fue entonces cuando pensé: ‘Oh sí, para eso estoy en el mundo ahora, para cuidar una florería’. Pero la ironía inicial sobre mí misma se convirtió en alegría: ‘Sí, ahora puedo hacerlo. Alguien confía en mí’”, relata Almut Quittenbaum sobre una de las experiencias clave durante lo que fue un momento difícil para ella.
Hoy está agradecida por haber superado esta difícil etapa de su vida más fuerte que antes. Está agradecida por su familia, por su comunidad, por los hermanos y hermanas en la fe y el dirigente de la comunidad, que están abiertos al intercambio de ideas, aceptan su situación e integran sus pequeñas, pero posibles, contribuciones a la tarea. Y agradece igualmente por la posibilidad de la actividad artística, que también llena su vida de sentido y a la que da vida con su actitud.
Algunas de sus obras tienen una motivación religiosa. Una de ellas trata el tema del sacrificio y otra se refiere a espacios sagrados, altares, lugares de descanso para el alma. La artista destaca otra imagen: “La serigrafía ‘Un canto del cielo y la tierra’ fue realizada en otro taller, no donde suelo imprimir. Las paredes estaban cubiertas de cuadros estridentes de los años 70, con los que se gritaban literalmente los sentimientos del arte de la época. Allí trabajé con el canto de mi infancia: ‘En las manos tengo yo, un bastón que de oro es’ y tres términos: fe, amor, esperanza, porque eso es lo que me guía por la vida”, dice Almut.