Si Dios juzgara al hombre sólo por sus obras, ¡la mayoría de nosotros tendría problemas! Pero hay esperanza: La Sagrada Escritura muestra ejemplos luminosos que se salvaron gracias a su perseverancia en la fe, y no porque fuesen mejores personas.
¿Cómo puede alcanzar la salvación el hombre pecador? Es una pregunta decisiva para quienes tienen fe. Pero el que responde con la justificación de la fe, muchas veces queda expuesto a largas discusiones. En ellas frecuentemente ya se malinterpreta el concepto «justificación». Hoy las personas piensan que es «justificarse a sí mismo, pedir disculpas o excusarse». Incluso lleva a peleas entre las diferentes confesiones. No todos aprueban el pensamiento de la gracia de Dios, que es más grande que las deficiencias humanas. Por lo general, el hombre es mezquino, arrogante. Está atrapado en leyes, reglas y tradiciones traídas de mucho antes, que nadie puede explicar bien, y menos entender.
Por otro lado, prevalece la opinión de que las buenas obras se desvanecen cuando el hombre se confía demasiado en la gracia de Dios. Puede hacer todo lo que quiere, Dios ya lo va a arreglar. Pero la justificación significa «justificarse uno mismo». Un hombre que es consciente de sus pecados, anhela la gracia de Dios. No hace lo que quiere, sino que quiere ser salvado a pesar de que hizo lo que hizo.
¿Qué dice la Biblia?
En algunas partes dice que Dios justifica a los pobres pecadores porque creen en Él. En Hebreos 11:7 esto suena así: «Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe». Consecuentemente, la fe produce justificación ante Dios. No sus buenas obras hacen libres a los hombres, sino su fe. A la inversa esto también significa: incluso con errores e imperfecciones el hombre tiene una oportunidad ante Dios.
Testigos de la fe como ejemplos
En la epístola a los Romanos, Pablo toma como ejemplo a Abraham, el amigo de Dios. El pensamiento central de la teología paulina en el ejemplo de Abraham es que el hombre es justificado, o sea librado de sus pesados, únicamente por su fe en Jesucristo, no por sus buenas obras: «Que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley» (Romanos 3:28). Otros testigos del obrar lleno de gracia de Dios de tiempos bíblicos antiguos son Abel –era firme en la fe y ciertamente que fue del agrado de Dios por sus ofrendas honestas– y Enoc, quien en un entorno increíble glorificó al Señor y confió en Él: «Pero sin fe es imposible agradar a Dios» (Hebreos 11:6). Enoc seguirá siendo siempre un ejemplo para los cristianos que creen en que serán arrebatados.
Hacer lo que Dios dice
También Noé se accreditó ante Dios por su fe, no por sus obras. Totalmente contrario al espíritu de aquella época, Noé quedó fiel al Señor. Se destacó por su conducta perseverante, no participando de las blasfemias de un entorno distante de Dios. Si el hombre invoca a Dios y enfoca su obrar en el amor de Dios a la humanidad, las opiniones y pareceres del entorno ya no tendrán tanto peso para él. Noé honró a Dios por su fe. Y como lo hizo, fue salvado. Así, Noé es un ejemplo antiguo para el cristiano moderno: hacer lo que Dios dice. Obedecer cuando hay que hacerlo. Moverse aún cuando cuesta trabajo. Trabajar aún cuando el éxito no se vea de inmediato o el entendimiento no lo permita ver.
Abel, Enoc, Noé, Abraham. Testigos de la fe de los cuales el cristiano moderno puede aprender mucho: de Abel que es posible una «ofrenda mejor», de Enoc que el arrebatamiento a Dios es una meta que vale la pena, de Noé que la Iglesia sobrevivirá sin importar cuán altas sean las olas y de Abraham que podemos ser amigos de Dios (Santiago 2:23).