Desde Adán y Eva hasta Jesús. Como los primeros no fueron humildes, el último se humilló a sí mismo. El Apóstol Mayor Jean-Luc Schneider explicó en un Servicio Divino cómo, por consecuencia de ello, todos pueden ser salvos.
El Apóstol Mayor Jean-Luc Schneider llevó el 9 de junio de 2024 al Servicio Divino en Port Moresby (Papúa Nueva Guinea) un pasaje bíblico de Santiago 4:10: “Humillaos delante del Señor, y él os exaltará”. Pero antes, el máximo dirigente de la Iglesia internacional dio un salto al Antiguo Testamento.
“Ya sabéis lo que les ocurrió a Adán y Eva: quisieron ser como Dios. Fue la caída en el pecado”, dijo. Las consecuencias de la caída en el pecado fueron que “se separaron de Dios, tuvieron que abandonar el paraíso y quedaron bajo el dominio del mal”. ¿Y la reacción de Dios ante esto? “Se humilló a sí mismo”.
“Dios envió a su Hijo, que dejó la gloria del cielo, vino a la tierra y adoptó la condición de hombre”, dijo el Apóstol Mayor. Jesús “tuvo hambre, tuvo sed, padeció el mal, como todos”. Y todo ello para que los seres humanos pudieran volver a Dios. Aunque no fueran precisamente buenos con Él, “aceptó ser condenado y matado por personas imperfectas”.
“Para entrar en el reino de Dios, debemos seguir el ejemplo de Jesucristo”, dijo el Apóstol Mayor. Dios mismo no humilla a sus hijos, aunque le resultaría fácil hacerlo. “Él quiere que nosotros nos humillemos. Debe ser nuestra propia decisión”. El Apóstol Mayor pasó a enumerar qué es la verdadera humildad.
Saber de dónde viene todo
“Todo lo que tenemos se lo debemos a la gracia de Dios”, recordó el Apóstol Mayor. Aunque muchas personas están convencidas de que lo han ganado todo por sí mismas, “se olvidan de que hay muchísimos a su alrededor que han trabajado mucho más que ellos”. Siempre debemos ser conscientes de que “todo lo que tenemos en la vida es un regalo de Dios. Debemos ser agradecidos por ello”.
Ser conscientes de las propias imperfecciones
“No somos perfectos en absoluto”, subrayó el Apóstol Mayor. Quien es humilde anhela el perdón de los pecados. “Es un sufrimiento saber que cada pecado nos separa de Dios. Y entonces nos arrepentimos de lo que hemos hecho. Y pedimos perdón. Estamos dispuestos a cambiar”. Así es como se puede hallar la gracia.
Confiar en Dios
“Tenemos que ser humildes delante de Dios y aceptar que no podemos entenderlo y que tenemos que confiar en Él”, dijo el Apóstol Mayor, comparando a Dios y a los creyentes con un científico y un niño. El científico no puede explicar al niño lo que está investigando, aunque lo intente. “Incluso si Dios nos lo explicara, no seríamos capaces de entenderlo”, concluyó el Apóstol Mayor. “Así que tenemos que aceptar que no podemos entender a Dios. Solo tenemos que confiar en Él”.
Buscar ayuda
“No podemos lograrlo solos, con nuestras fuerzas, con nuestra sabiduría y nuestros esfuerzos”, siguió diciendo el Apóstol Mayor. “Necesitamos la ayuda de Dios”. Y se refirió a los problemas que surgen en la vida cotidiana o en las comunidades, donde se cree que se ha intentado todo y no se encuentra una solución. “¿Estás seguro de que lo has intentado todo?”, preguntó el Apóstol Mayor. “¿Y si le pides ayuda a Dios y Él te dice lo que tienes que hacer?”. Aplicar el Evangelio es siempre la mejor solución, dijo el Apóstol Mayor. “Puedo deciros, hermanos y hermanas, que funciona”.
Servir al prójimo
Ser humilde significa “que debemos preguntarnos en cada situación, en los días buenos y malos: ¿Qué quiere Dios de mí ahora? ¿Qué quiere Él que haga?”, preguntó el Apóstol Mayor. “¿Cómo puede contribuir mi vida a la salvación de los demás? ¿Cómo puedo ayudar a otros a experimentar que Dios está aquí y que nos ama? Servimos al Señor y servimos a nuestro prójimo ayudándolo a encontrar a Jesús y a seguirlo para experimentar el amor y la presencia de Dios”.
Por Dios, no por nuestra propia gloria
“Todo lo que hacemos, lo hacemos por el Señor y no por nuestra propia gloria”, dijo el Apóstol Mayor. “No necesitas decirle a nadie el bien que has hecho. Lo has hecho por el Señor y el Señor lo sabe”.
Aceptar que todos serán salvos
“Tenemos que aceptar que Dios ama a nuestro prójimo tanto como a nosotros. Tenemos que aceptar que Dios quiere a nuestro prójimo, incluso al que no nos gusta. Tenemos que aceptar que Dios quiere salvarlo tanto como quiere salvarnos a nosotros y que quiere darle la vida eterna, igual que quiere darnos la vida eterna a nosotros”. La parábola de los obreros de la viña lo deja claro: “Nadie merece la salvación”. Todos los humildes recibirán la vida eterna.
El Apóstol Mayor concluyó: “Jesús se humilló a sí mismo para que nosotros pudiéramos ser elevados con Él. Seguimos su ejemplo siendo humildes delante de Dios y los seres humanos”.