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Jesús quiere venir: ¡Bienvenido Jesús!

diciembre 25, 2018

Autor: Andreas Rother

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Establo, pesebre, buey y asno, así uno tiene presente aquella noche de paz que cambió la historia mundial. Pero momento: tres de los cuatro componentes no pertenecen en absoluto al cuadro. Tanto más importante es la pregunta: ¿Reconoces la señal?

Llegada a último minuto: los dolores de parto se acercan. Y la pareja todavía no tiene alojamiento. En la necesidad tiene que utilizarse un establo. Aquí «la luz del mundo» ve la luz del mundo. Sin embargo, ni el Evangelio de Lucas ni el de Mateo hablan de un establo.

Tampoco está documentada la cueva que ve la Iglesia Ortodoxa en este sitio. El buey y el asno son traídos desde muy lejos: de Isaías. Los trajo desde allí el así llamado «Pseudoevangelio de Mateo», una de las numerosas escrituras tardías que decoran las mellas del relato de la Sagrada Escritura.

En efecto, los eruditos en temas bíblicos dan por hecho que Jesús nació en una vivienda rural totalmente normal, en la antesala en la que alojaban por lo general los animales, porque la sala para huéspedes, el mesón, ya estaba colmada.

¿Tenemos que cambiar ahora la historia de la Navidad?

Bien cerca

No. Pues la señal decisiva sigue estando y, al tomar conociemiento de esto, ocupa un lugar aún más central. La Biblia misma la convierte en señal: «Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre» (Lucas 2:12).

Envolver a un niño en pañales no es algo digno de destacar tampoco en aquella época. ¿Pero qué nos dice este pesebre, este recurso de urgencia en reemplazo de la cuna de bebé?

Dios se vuelve hombre, no de cualquier manera, no en cualquier parte. Él, que será glorificado, comienza muy modestamente. Él, que ascenderá al Padre, comienza bien abajo, en medio de las necesidades de la vida real. El Redentor quiere estar bien cerca de los hombres.

Todo menos casualidad

El que se fija exactamente, puede reconocer más en el pesebre. Pues el alegre mensaje, el Evangelio, del nacimiento del Salvador, es llevado por los ángeles directamente tan solo a un grupo bien determinado de personas: los pastores. ¿Casualidad? Eran los que todavía estaban despiertos, ¿o? Nada de eso…

«Ningún oficio del mundo es tan despreciado como el oficio de pastor», dice la literatura de los rabinos judíos. El pueblo de los pastores era considerado impuro por los fariseos porque no podían cumplir los mandamientos de limpieza así como debían. Se los cuenta entre el «am ha-ares», el pueblo de la tierra, como los publicanos.

Volver siempre

Y esto tiene mucho para decirnos: Jesucristo no viene primero a los ricos, poderosos y perfectos. Se dirige antes que nada a los pobres, indefensos y vulnerados. Desde su primera respiración en condiciones modestas hasta su última respiración en dolorosa humillación: comparte la vida de los que quiere redimir con todas sus consecuencias. Esto arroja una luz muy especial a las palabras de Isaías 57:15: «Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados».

Jesús quiere venir, volver a venir, en medio de nuestra vida, en medio de la realidad personal en la que vivimos, cada día de nuevo en medio de lo cotidiano y un día, plena y definitivamente, en toda su gloria. Démosle la bienvenida, así como hicieron los pastores: oír, ver, maravillarse y finalmente, hablar, dar a conocer lo que vivimos con Él.

Foto: Elena Schweitzer – stock.adobe.com

diciembre 25, 2018

Autor: Andreas Rother

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