A veces el Adviento dura demasiado. Años y décadas en lugar de semanas y meses. Entonces el hilo de la paciencia se rompe. Y se hacen cosas por desesperación. Pero al final puede haber una risa. Nos lo enseña un clásico de la Biblia.
Todavía un hijo, el prometido hace tanto tiempo, que debe influenciar el destino del mundo. Todavía una mujer, que está esperando, al menos con la esperanza de que sea un esperanza positiva. Pero ninguna virgen, ni siquiera una mujer joven, sino una mujer «pasada», como dice ella misma.
Sara se ríe. Está parada a la puerta de la tienda escuchando lo que dicen los tres hombres que hablan con su Abraham. ¿Ella embarazada? ¿Dentro de un año? ¿Con más de 90 años? Ella se ríe. El mundo posterior interpretará su estallido de risa como incredulidad. ¿Pero es justo?
Dejada en el extranjero y a manos de extranjeros
Cuánta paciencia demostró tener esa mujer. Todo comenzó cuando su querido esposo creyó oír la voz de Dios. Entonces tuvieron que irse de su amada patria a la extraña Canaán, cruzando todo el territorio. Se necesitan tener nervios de acero para eso, incluso como mujer nómade.
O cuando a Abraham algo se le complicó con su bella Sara. Como temía que otros hombres lo podrían matar para apoderarse de ella, la entregó como su hermana a unos señores extranjeros y por ello Abraham recibió muchos regalos. Y dos veces sucedió lo mismo: primero con el faraón de Egipto y después con el rey de Gerar.
Cinco promesas y un plan B
Y después todavía estaba el tema de la descendencia: Dios les había prometido descendientes como la arena del mar y se lo había dicho cinco veces: primero antes de salir de la patria, luego después de la separación de Lot y después del encuentro con Melquisedec, finalmente al cambiar de nombre y ahora aquí en el encinar de Mamre. Pero nada pasó.
Sí, ella tenía paciencia. Pero en algún momento se rompió el hilo de la paciencia de Sara. Entonces ella misma tomó la rienda en sus manos. A su esposo le dio por mujer a la sierva Agar. Así él podía tener su descendiente. Eso se acostumbraba en aquella época como plan B. Pero ambas mujeres no soportaron que hayan tenido éxito: una se volvió despreciativa, la otra amarga. Le siguieron peleas, humillaciones, huídas.
Dios regala la risa
Admitiéndolo, las promesas fueron cada vez más concretas. En la anteúltima Dios mencionó un nombre para el niño y algo así como una fecha para el nacimiento. No obstante, Sara se ríe. Lo que menos piensa es que ya hace mucho había pasado la menopausia. ¿Piensa más en que estaba «balah» –el hebreo para «pasada», como la ropa gastada o los huesos podridos– y entonces todavía debía sentir «ednah» –placer por el amor, deseos, deleite-? «Siendo también mi señor ya viejo».
Cuando Sara se ríe, ¿es realmente incredulidad? O la mezcla de consternación que la deja atónita y sorpresa que la hace sentir feliz, en la que también Abraham poco antes del pacto se había postrado ante Dios. Y se ríe. Tal vez la mujer que está tras la puerta de la tienda niega por eso su risa cuando los tres varones insisten, reconociendo en ellos, ahora también ella, a su Dios.
Sí, Sara demostró tener paciencia, y perdió la paciencia. Pero ahora la guía el pensamiento: ¿Para Dios será realmente imposible un milagro así? Al final volvió a reír. Dios le regaló una risa. Y todos los que la ven se ríen por la vieja mujer silenciosa. ¿Se ríen de ella? ¿O con ella? Le da lo mismo. Pues su Adviento había llegado a la Navidad. Y el niño tiene su nombre: Isaac, traducido «Risa».