Todos tienen “su verdad”, pero el Evangelio dice: la verdad es una persona. Jesús, el camino, la verdad y la vida.
“¿Qué es la verdad?”: la pregunta de Pilato suena como si procediera de una enardecida columna de comentarios en las redes sociales. “Esa es MI verdad”, “hechos alternativos”, “verificación de hechos”: todos hablan de la verdad, pero en la mayoría de los casos se refieren a opiniones, estados de ánimo o mayorías. La pregunta de Pilato es sorprendentemente moderna. Solo que él no sospechaba que la respuesta lo estaba mirando. La verdad está ante él en persona. No tiene que buscarla, la mira a los ojos. Pero no la reconoce. Jesús como verdad no es un “hecho devoto”, sino una imposición, precisamente porque esta verdad no puede clasificarse en cadenas argumentativas. Esa es la tensión del Evangelio: en el cristianismo, la verdad no es un concepto abstracto, ni una definición perfecta, sino una persona. No solo puede considerarse correcta, sino que hay que encontrarse con ella. Jesús no dice: “Os explico la verdad”, sino: “Yo soy la verdad”. Quien se encuentra con Él siente que, para Jesús, lo importante no es hablar, sino que las personas cambien.
La verdad como relación
Cuando Jesús se presenta como “el camino, la verdad y la vida”, no ofrece un ensayo filosófico, sino una relación. La verdad aquí no es el resultado de un debate, sino el carácter de Dios en persona: fiel, confiable, transparente. No se puede poseer esta verdad simplemente suscribiendo las frases correctas; solo se puede dejar que ella nos encuentre. Es una verdad que no juega en todos los terrenos: Jesús no argumenta en todos los terrenos de juego. Ante preguntas capciosas (impuestos al emperador, mujer adúltera, día de reposo), cambia la perspectiva, formula contrapreguntas, cuenta parábolas. “Jesús se niega a participar en el juego: ‘¿Quién gana el debate?’. Él no es un club de debate, sino una revelación”. No ofrece interminables series de pruebas, sino que simplemente dice: “Ven y sígueme”. Quien se compromete con Él descubre que esta verdad no es un elemento adicional en la visión del mundo, sino un fundamento que sostiene, en la culpa y el fracaso, en la enfermedad y el miedo, en los sentimientos de culpa y el autoengaño.
Verdad con autoridad
Las personas de la época de Jesús sienten que hay algo más que un discurso inteligente. “Enseña como quien tiene autoridad, y no como los escribas”, dice el Evangelio. Sus palabras nunca son solo palabras. Habla del perdón, y perdona los pecados. Anuncia la libertad, y libera a las personas de sus ataduras. Habla de la vida, y levanta a los enfermos y a los marginados y da vida a los muertos. La verdad, que Él es, da testimonio de sí misma a través de sus efectos. La prueba de la verdad no es una tarea lógica, sino una historia de vida. Todos los que están presentes experimentan este poder y pueden dar testimonio de él: “Estaba ciego y ahora veo”. “Estaba perdido y ahora me han encontrado”. Jesús no muestra una presentación de PowerPoint para defender sus tesis. La prueba son las personas cuya vida cambia. En nuestros Servicios Divinos, esto sigue siendo así hoy en día: el Evangelio no solo debe convencer, sino también conmover.
Un espejo en manos amorosas
Al mismo tiempo, esta verdad sigue siendo incómoda y liberadora. Jesús no está presente para que uno se sienta confirmado en su opinión, sino para mostrar lo que realmente hay en el corazón, como un espejo que nos pone delante. Él dice: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. ¿Libres de qué? De las máscaras (“Tengo que aparentar algo”), de la presión religiosa por rendir (“Tengo que ganarme el amor de Dios”), del miedo a estar equivocado. La verdad cristiana no es un arma contra “los de afuera”, sino, ante todo, un espejo para “mí aquí adentro”. Pero este espejo está enmarcado por el amor. Efesios 4:15 habla de “siguiendo la verdad en amor”. La verdad sin amor se vuelve dura. El amor sin verdad se vuelve arbitrario. En Jesús, ambos se unen. Él revela la culpa para sanar, no para exponer. Le dice a la mujer adúltera: “No peques más”, pero solo después de haberla salvado de la lapidación. Así surge la libertad: no porque sean minimizados mis errores, sino porque puedo mirarlos a los ojos con la mirada misericordiosa de Dios.
La verdad que habla a través de las personas
Cuando Jesús envía a sus discípulos, no los convierte en árbitros de todas las cuestiones de este mundo, sino en testigos: “Me seréis testigos”. Los testigos no lo explican todo, pero pueden contar lo que han vivido. No “lo he entendido todo”, sino que “he vivido algo”. “No tenemos que ganar todas las discusiones en la red. Pero podemos contar cómo esta verdad nos sostiene, nos consuela, nos transforma”. Así es como la verdad de Cristo sigue hablando hoy de la manera más creíble: a través de personas que admiten que no lo saben todo, pero saben en quién confían. A través de comunidades en las que no se ganan todas las discusiones, pero se practica mucho el perdón. A través de cristianos que no proclaman en voz alta “poseer la verdad”, sino que se mantienen en silencio y con perseverancia en la verdad. En un mundo lleno de opiniones, la fe no consiste tanto en definir la verdad como en dejarse moldear por ella.
La pregunta de Pilato queda sin respuesta en el Evangelio. Jesús no la explica, sino que la lleva más allá: del tribunal al Gólgota y de allí al sepulcro vacío. La verdad no tiene que gritar, está tan segura de sí misma que incluso puede guardar silencio. La verdad no se explica en una conversación, sino en un camino. Quien emprende este camino con Cristo descubre que la respuesta más importante no se dice, sino que se experimenta.
Foto: generada por IA