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Lo que crea paz: integrar, no polarizar

septiembre 2, 2017

Autor: Peter Johanning

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Muchas personas, muchos conflictos. Los vegetarianos y los que comen carne difícilmente son conciliables. Los diestros y los zurdos se enfrentan entre sí, las religiones mundiales se chocan, los ricos someten a los pobres. Y con todo esto, la paz queda en el camino.

¿Ganar o perder? Esta es, por lo general, la máxima en la que se orienta la interacción humana. Siempre existió, no es en absoluto un invento de la era moderna. Antes, en las primeras comunidades cristianas era, por ejemplo, el tema de las disposiciones sobre los alimentos; ¿sí o no? Se luchaba intensamente para llegar a respuestas sostenibles, lo que causaba mucha intranquilidad. Se formaban grupos y todos querían tener la razón.

Finalmente, los Apóstoles dieron la solución de que para una comunidad viva lo externo nunca debe ser tan valioso como la unión interior y la convivencia en paz. Había nacido la tesis de la «unidad en la diversidad». Bajo el techo de la fe en Jesucristo y su seguimiento todos deben sentirse bien, sin acepción de personas.

El enojo mata la paz

Pero hasta el día de hoy la humanidad no lo entendió del todo. Demasiados intereses particulares, demasiados conflictos ruidosos por diferencias de opinión, demasiado valiosos son los beneficios privados, así parece. La contrapropuesta es la paz con Cristo. Así dice el tema de mes en los Servicios Divinos nuevoapostólicos. Septiembre debe hacer recordar a las comunidades que la paz interior y exterior es infinitamente importante. A pesar de las expectativas no cumplidas o los diferentes puntos de vista y las diferencias entre los seres humanos, se debe preservar la paz divina.

Jesús, ¿una piedra de tropiezo? Sí, para aquellos que esperaban otra cosa de Él, que estaban desilusionados. Las falsas expectativas los llevaron a juicios equivocados. Los pensamientos de Jesús sobre la verdad los indignaban. Y a algunos esto incluso los hizo enojar, hasta a sus seguidores: «Bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí». ¡Y finalmente ellos mataron a ese hombre de paz galileo!

La paz edifica cosas nuevas

Los tiempos de paz son tiempos de edificación. La guerra destruye todo, la paz reconstruye. Para aquello que la naturaleza necesita muchos años, una guerra lo logra en pocos días: todo queda arrasado por completo, destruido, aniquilado.

En su lugar, la comunión de los Servicios Divinos debe servir para encontrarse unos con otros y perdonarse. Así se pueden vencer las ambiciones, las ansias de poder, las actitudes egoístas y surgirá la paz que edifica a la comunidad. Un «¡yo primero!»ayuda a uno sólo. El «¡nosotros todos!», en cambio, ayuda a muchos.

Pablo escribe en su epístola a los Romanos acerca de la relación de los débiles y los fuertes en la fe. Exhorta a tener consideración con los débiles. El punto de partida es el problema de los mandamientos relacionados con la comida, que algunos cumplían en la comunidad y otros no. Los que cumplían los mandamientos de los alimentos, tenían dificultades con tolerar la conducta de los demás. Romanos 14:20 deja claro que la «Obra de Dios» tiene prioridad y no puede ser perjudicada por determinadas formas de comportamiento.

Ante Dios todos son iguales

Tampoco todos entendieron todavía, que todos los seres humanos son iguales delante de Dios. Ni siquiera la principal ley de la humanidad, de que ante la ley todos los hombres son iguales, está arraigada lo suficiente en la conciencia. Déspotas, autoritarios, dictadores existen a troche y moche.

En el entorno de la comunidad tiene que ser distinto. Pablo lo expresa así: «Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gálatas 3:28). ¡Uno en lugar de muchos otros! No es una mala receta.

Mientras que el hombre tienda a compararse con otros, siempre destacará las diferencias: color de piel, posición social, nacionalidad. Y naturalmente, se toma como medida la posición de uno mismo. Lo que es diferente, se mira con desconfianza y muchas veces se condena. ¡Un motivo clásico de enemistad!

El núcleo de toda ética, que ante la ley todos son iguales, está muy lejos en esa forma de pensar. Los Apóstoles de aquella época advirtieron a la comunidad que no hicieran diferencias. Santiago: ¡No hagáis distinciones! Pablo: Dios no hace diferencias por origen, condición, raza, género. ¡Y nuestro amor a Dios y al prójimo debe integrar, no polarizar!

Paz, adentro y afuera

En todo el mundo, el 21 de septiembre les recuerda a los hombres que conserven la paz entre ellos. El Día Internacional de Oración por la Paz une a las comunidades cristianas en el deseo de que un «¡La paz sea contigo!» efectivamente se haga posible. En los Servicios Divinos nuevoapostólicos, el Salmo 122, versículos 7–9, estará en el centro de la prédica: «Sea la paz dentro de tus muros, y el descanso dentro de tus palacios. Por amor de mis hermanos y mis compañeros diré yo: La paz sea contigo. Por amor a la casa de Jehová nuestro Dios buscaré tu bien».

Estas pocas palabras formulan un deseo importante: ¡Que esta paz atraiga aún a muchas personas más! Paz en el propio corazón, en la familia, en la comunidad y en el maravilloso mundo en el que todos vivimos.

Foto: Jacob Lund – stock.adobe

septiembre 2, 2017

Autor: Peter Johanning

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