Está claro que el Bautismo con Agua y la transmisión del don del Espíritu Santo están estrechamente relacionados. ¿Pero cómo? El propio Nuevo Testamento ofrece varias respuestas. Y no siempre encajan.
Es algo imprescindible. El propio Jesús lo dejó claro: “El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:5). Lógicamente, el “baño de la regeneración” (Tito 3:5) es una referencia al Bautismo con Agua, heredado como acto irrepetible de Juan el Bautista, que lo usaba solamente como una confirmación de la conversión. Pero, ¿cómo se produce la “renovación en el Espíritu Santo”?
Pasiva y activamente
¿Cómo llega el creyente a acceder al don del Espíritu Santo? ¿A través de un evento espontáneo o a través de un acto específico, intencionado? La Biblia ofrece ambas posibilidades.
El gran ejemplo, el momento en que el Espíritu Santo descendió sobre Jesús en forma de una paloma después de su Bautismo en el Jordán, ocurrió sin la acción de ningún ser humano. Lo mismo sucedió en el gran evento de Pentecostés en Jerusalén o en los acontecimientos en la casa del centurión Cornelio en Cesarea. Lo especial de los dos últimos ejemplos es que el Espíritu descendió primero sobre los presentes y luego fueron bautizados.
En los otros relatos sobre el Bautismo, el Espíritu Santo no se menciona explícitamente o bien su llegada se relaciona con una acción humana. Y es tan explícito que los observadores lo ven como causa y efecto: Cuando Simón, el mago, percibió que el Espíritu era impartido cuando los Apóstoles actuaban, quiso comprar ese poder.
En una y dos partes
¿Es esta actividad la consumación del Bautismo con Agua? ¿O hay involucrado un segundo acto? La Biblia nos permite creer en ambas posibilidades.
Así, Pedro, en su prédica de Pentecostés, llamó a los oyentes a bautizarse. “Y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38). Esto sugiere que el Bautismo y la dispensación del don del Espíritu Santo pasan casi en el mismo momento.
Sin embargo, es el mismo Pedro quien, junto con Juan, es enviado específicamente a Samaria para hacer algo que ya estaba iniciado, pero que había quedado inconcluso. Allí Felipe había bautizado a los antiguos seguidores del mago Simón. Sin embargo, el Espíritu Santo “aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús” (Hechos 8:16). Esto solo cambió cuando los Apóstoles entraron en acción.
Gestos y signos
¿Y qué hicieron Pedro y Juan en Samaria? Lo mismo que hizo Pablo con los discípulos de Juan en Éfeso: impusieron las manos a los bautizados. Este es el rito que el Nuevo Testamento asocia a la transmisión del don del Espíritu Santo.
Es cierto que Pedro predicó en la casa de Cornelio sobre “cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret” (Hechos 10:38). Sin embargo, la Biblia no informa del uso de un aceite de unción en torno al Bautismo.
Por lo tanto, la unción debe entenderse más bien como una figura retórica, al igual que el Sellamiento con el Espíritu Santo, del que habla Efesios 1:13. Pues en la antigüedad, el sello era un signo de pertenencia a un amo, lo que también implicaba su protección.
Espontáneo o intencionado, en una o dos partes, Sellamiento o unción: cada uno de estos aspectos se encuentra más de una vez en el Nuevo Testamento. La mayoría de los relatos sobre el Bautismo, por ejemplo, el del eunuco de Etiopía, el de Lidia, el del carcelero de Filipos y el de Crispo, el principal de la sinagoga en Corinto, no mencionan al Espíritu Santo. Las ambigüedades y las lagunas dejan espacio para que en la Iglesia primitiva se desarrollen diferentes ritos. De esto trata el siguiente episodio de esta serie.
Foto: fotomek – stock.adobe.com