Desde un destello espontáneo de inspiración a una mano apostólica reguladora: así es cómo la Iglesia Católica Apostólica desarrolló su sellamiento. El fundamento teológico solo se desarrolló con el tiempo—y no siempre de manera uniforme.
El bautismo constituye el renacimiento pleno de agua y de espíritu. Y convierte a los creyentes en hijos de Dios. Este era el punto de vista del credo apostólico más significativo de los tiempos modernos, El gran testimonio de los Apóstoles ingleses, en 1837.
¿Cuándo, entonces, fue necesario el sellamiento, que fue introducido en 1847? La respuesta puede encontrarse en el Catecismo de la Iglesia Católica Apostólica—o no. Allí no se menciona al “sellamiento”, sino a la “imposición de manos del Apóstol”.
Había más
Con este acto, se les dispensaba el don del Espíritu Santo a los creyentes. Por medio de él, eran “establecidos y confirmados, sellados y ungidos”. Esto sigue siendo muy similar a la confirmación episcopal en la Iglesia católica o anglicana.
No obstante, la imposición de manos apostólica aportaba más a los creyentes: “El Espíritu Santo reparte sus dones a cada uno por separado, según su voluntad”. Estos dones eran: conocimiento, fe, dones de curación, milagros, profecía, discernimiento de espíritus, diversos tipos de lenguas y su interpretación.
Para beneficio de todos
«Todo esto lo hace el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno según su voluntad». Así que estos dones se distribuían a todos los creyentes, aunque de forma individual, pero con un objetivo global: “para el beneficio de todos”. En otras palabras, la imposición de manos equipa a todos los miembros de la Iglesia con los mismos dones del Espíritu Santo que ellos necesitan para su respectivo servicio en la Iglesia.
Eso sí, según la concepción católica apostólica, tanto el bautismo como el sellamiento impartían el don del Espíritu Santo: el bautismo transmitía el espíritu de vida, el sellamiento otorgaba el espíritu de poder.
Cómo avanzaron las cosas
En numerosos escritos, los Apóstoles y los teólogos desarrollaron más estos fundamentos— a veces haciendo hincapié en diferentes puntos. El primer problema era ya el nombre. Algunos utilizaban “sellamiento” como sinónimo de “imposición de manos”. Otros veían solo un aspecto parcial del primero en el segundo.
Y esto continuaba con la ceremonia propiamente dicha: además de la imposición de manos, que se recibía de rodillas frente al altar, se le agregaba la unción de la frente con aceite. Y esto no se detuvo en la importancia que se le concedió. De un indeciso «sacramento o rito», como se formuló en el Catecismo, las cosas se desarrollaron en la dirección de sacramento, aunque no del todo a la par de los sacramentos principales del Bautismo y la Eucaristía.
No funcionará sin él
Lo que estaba claro, sin embargo, era la tendencia doctrinal común en cuanto a lo que era necesario para la salvación: según esta, el sellamiento era imprescindible para completar el bautismo, representaba la garantía para la gloria futura, permitía la participación en la primera resurrección y, por lo tanto, salvaba al creyente de la gran tribulación. Sin él, la Iglesia no podría estar preparada para el regreso del Señor, así es como el autor del Catecismo lo expuso posteriormente en sus explicaciones.
Había dos requisitos previos para el sellamiento: el receptor, independientemente de su denominación, debía estar bautizado y—de acuerdo con la ley mosaica—tener al menos 20 años. Los niños no eran sellados, contrario a la práctica en la Iglesia Nueva Apostólica. La forma en que se desarrolló esto será el tema de la siguiente parte.
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