Dios quiere que todos los seres humanos sean salvos, vivos y muertos. Esta convicción se encontraba ya entre los primeros cristianos. Lo atestigua el motivo bíblico del descenso de Cristo a los lugares más bajos. Otra alusión a la concepción nuevoapostólica sobre los difuntos.
Descenso a los infiernos, Descensus: este acontecimiento toma distintos nombres. Se trata de la idea de que Jesús fue al reino de los muertos entre su muerte y su resurrección como Mediador de la salvación.
Huellas en la Biblia
El testimonio bíblico clave es la primera epístola de Pedro. Según ella, Jesús “predicó a los espíritus encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron” en la época de Noé. Y así “también ha sido predicado el evangelio a los muertos”. Pero estas no son las únicas huellas que la idea de descenso ha dejado en las Sagradas Escrituras.
Según la epístola a los Efesios, Cristo “había descendido primero a las partes más bajas de la tierra”. El Evangelio de Mateo conoce la “señal del profeta Jonás”, según la cual “estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches”. Y el Evangelio de Juan habla de la hora “cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios”. Por poner algunos ejemplos.
Más antigua que el cristianismo
La Biblia no formula una doctrina del descenso. Son solo versículos aislados que estimulan en los destinatarios lo que saben desde hace tiempo. Pues la idea del descenso a los infiernos es más antigua que el cristianismo. La idea aparece ya en Isaías y Ezequiel y se desarrolla en la literatura judía primitiva: Dios se acuerda de los muertos que duermen en la tumba y desciende a ellos “para predicarles las buenas nuevas de su salvación”.
La literatura cristiana primitiva continúa la historia, con Jesucristo como protagonista. Las obras apócrifas del siglo II al IV se denominan Evangelio de Pedro, Evangelio de Nicodemo, Odas de Salomón u Oráculo Sibilino. Allí, Cristo no solo desciende al reino de los muertos para predicar, sino incluso para bautizar y liberar del inframundo.
En teología y liturgia
Teológicamente, los Doctores de la Iglesia tratan el tema al mismo tiempo: Ignacio de Antioquía, Justino o Ireneo en el siglo II; Orígenes, Clemente, Agustín a partir del siglo IV. Lo importante para ellos es que Jesús realmente murió y realmente venció a la muerte. Se resisten a las corrientes esotéricas, más tarde llamadas gnosticismo.
El descenso a los infiernos llega a ser tan importante que se incorpora al Servicio Divino. A partir de 218, su conmemoración constituye la parte principal de la oración episcopal de la Santa Cena (anáfora). Así lo atestigua la “Traditio Apostólica”, la madre de todas las órdenes eclesiásticas.
El Descensus recibió su máxima consagración en el siglo IV en los Sínodos de Nicea y Constantinopla, entre otros, y finalmente con su inclusión en el “Apostolicum“, que sigue siendo una de las Confesiones de fe más importantes del cristianismo. Habla de Jesucristo como que “descendió a los infiernos”.
Y entonces el descenso a los infiernos se disparó realmente, tanto en el Occidente romano como en el Oriente ortodoxo de la cristiandad: la doctrina se trasladó a la poesía eclesiástica, a la música, a la prédica e incluso a la liturgia. La pintura de íconos incluso desarrolló su propio género de descensos.
Una festividad en Oriente
Hasta el día de hoy, el Descensus ha seguido siendo una importante declaración de fe para la Iglesia Católica. El Catecismo Mundial lo trata con detalle en las secciones 632 a 637. Las Iglesias Evangélicas, en cambio, tienen sus problemas: “Durante varios siglos, el cristianismo se las arregló sin este dogma”, dice uno de sus Catecismos con una mirada levemente crítica al Apostolicum.
Las Iglesias Ortodoxas son muy diferentes. Aquí, el descenso de Cristo al reino de los muertos es una de las doctrinas centrales. Es el tema de toda oración de Santa Cena. Incluso tiene su propia fiesta: el sábado entre el Viernes Santo y el Domingo de Resurrección.
Para la Iglesia Nueva Apostólica, el descenso es otro punto de partida para la práctica de nuestra concepción de los difuntos, además de la voluntad salvífica universal de Dios. “El obrar de salvación de Cristo también comprende a los muertos”, concluye el Catecismo en el apartado 3.4.10: “Después del sacrificio de Jesús, la redención también fue posible para los muertos”.
Tanto los teólogos católicos como los evangélicos ven una estrecha relación entre los versículos del Descensus de la primera epístola de Pedro y un versículo de la primera epístola a los Corintios. Se trata del llamado Bautismo vicario. De qué se trata y qué significa para la Iglesia Nueva Apostólica: de eso tratará el próximo episodio de esta serie.
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