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Los siete mensajes para el Viernes Santo

marzo 29, 2018

Autor: Peter Johanning

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En el año es el día de silencio, el Viernes Santo. Repleto de emociones, lleno de paz pero también patético. La muerte de Jesús en la cruz nos avergüenza, pues en realidad Él sólo quería la paz y mejorar al mundo. ¿Y ese fue el agradecimiento?

El viernes temprano por la mañana los soldados entregan a su prisionero, Jesús, a Pilato. «¿Eres tú el Rey de los judíos?», es su pregunta planteada con ignorancia. «Tú lo dices», le responde Jesús y luego guarda silencio. Tantas mentiras, regaños, amenazas. Uno no puede defenderse contra eso. Sólo horas después está prendido en la cruz. Y también allí: blasfemias, afrendas, escarnio, todo el programa de injusticias humanas sigue su curso. Al estar uno colgado de la cruz, ya todo estaba perdido.

Pero precisamente en ese momento queda demostrada la fortaleza interior del hombre. Según la Sagrada Escritura pronuncia entonces sus siete últimas palabras:

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen

Mucho se ha escrito sobre esta frase. Si el hombre siempre supiera lo que hace, el mundo se vería mejor. Su pensamiento muchas veces es demasiado enfocado en lo pequeño, demasiado apresurado, demasiado despreocupado, demasiado irresponsable. Y crucificaron justamente a aquel que quería salvarlos. Porque era diferente y constituía una amenaza. Porque les decía la verdad. Porque tener una elección, significa decidirse y tiene que ver con responsabilidad.

De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso

Esta frase habla de compasión. Empatía. El otro, al que le habla, es merecedor de un castigo. Jesús no. Más grande no hubiese podido ser el contraste. Pero esta frase dice aún más: seas quien seas, vengas de donde vengas, ¡Dios te ama! Búscalo que lo hallarás. Arrepiéntete de tus pecados, mira al Hijo de Dios. Dios te concederá la gracia, aunque las personas te dejen a un lado.

Mujer, he ahí tu hijo. Y: He ahí tu madre

María, su madre, está parada debajo de su hijo que sufre. Ella sufre con Él. Pero el Cristo se la confía a su Apóstol. Él debe seguir ocupándose de ella, en lugar de Jesús. Y Juan, el Apóstol, debe estar de acuerdo con el encargo recibido. Nada de evasivas, nada de negociaciones. Ambos se unen: la Iglesia y el Apóstol desde ese momento van juntos.

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?

Encontrar una respuesta es difícil. Los asistentes espirituales conocen el sentimiento de quedarse sin palabras. Se siente miedo ante la muerte, oprime y pesa en el alma. Las personas se sienten así en sus últimos instantes. Aunque en realidad no es una pregunta, sino un llamado, una súplica, un grito: ¡No me desampares! ¡No ahora! Y esto, por su parte, demuestra confianza en el más fuerte.

Tengo sed

Tan sólo dos palabras para las necesidades humanas. A Dios no lo pueden matar, sí al hombre Jesucristo. En su agonía, cuando ninguna otra cosa ya es importante, tiene sed: de agua, pero también de dedicación y calidez, de cercanía y valoración. Es malo cuando una persona al final tiene que estar totalmente sola.

Consumado es

Una sentencia al final de una vida. ¿Qué diremos cuando llegue nuestro final? El que está dando su último aliento, ha consumado una obra de la que hoy todavía se habla. No fue algo efímero, sino una figura de la historia. Consumó aquello para lo que había venido: ¡encendió un fuego en los hombres que hoy todavía está encendido!

Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu

Por la tarde Jesús clama a gran voz y expira. Oscurece, el sol oculta su luz. Al mismo tiempo, el velo del templo se rasga en dos, se puede ver el santísimo. «Cuando llegó la noche…» se lo puso en el sepulcro.

Foto: Ricardo Reitmeyer / fotolia

marzo 29, 2018

Autor: Peter Johanning

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