Como médica principiante, Lacey Smith de Los Ángeles (EE. UU.) ya absolvió una práctica de un año en Haití. Y esto «estructuró su imagen del mundo», dice ella misma; cómo y por qué lo explica su informe de experiencias.
En mi última noche en Haití estaba sentada en una silla con asiento de paja mirando fijamente una araña ubicada en un rincón de mi habitación. Mientras que el familiar alboroto de mi abanico y el canto de los grillos llenaban el pesado aire, pensaba en el año que había pasado en las aldeas, debajo de árboles de mangos y de un sol de fuego.
Pensaba en las historias que había acumulado, historias de necesidad y constancia, cólera y malnutrición. Historias sobre un lugar que son vivas y complejas, así como la cultura. Historias de huracanes y casas con techos de palmera, de comités de salud e iniciativas para tener agua limpia, de parteras y médicos locales que hacían mucho más que lo que su profesión les pedía.
Más que resiliencia y compasión
Reflexionaba sobre esas historias y entendí que esos relatos habían cambiado en trece meses la estructura de mi imagen del mundo. Pues pese a una vida que parecía difícil y severa, los hombres y mujeres que vivían esos relatos eran más fuertes y tolerantes. Eran amables, divertidos y a veces frustrados, pero en definitiva eran cooperativos en un mundo que parecía complejo e injusto.
Antes de mi permanencia aquí había entendido el «amor al prójimo», ese tipo de resiliencia con compasión como una parábola, así como uno interioriza las clases de la escuela dominical, aplicables pero un poco teóricas. Durante mi año en Haití tuve la oportunidad de experimentar lo que realmente debería, podría significar y significa el «amor al prójimo».
Llevarse para el mañana
Mis pensamientos fueron interrumpidos por fuertes golpes en mi puerta abierta. «Te preocupas demasiado por las arañas», me dijo mi amiga Kiki, siguiendo la dirección de mi mirada. Me reí y noté cómo desaparecía mi tensión por la araña.
«Solo un día más», dije. «Solo hasta mañana, si Dios quiere», dijo Kiki. En la lengua de los criollos haitianos pocas veces se dice la palabra «mañana». La frase en su totalidad siempre es «demen, si Dye vle» – «mañana, si Dios quiere».
Este matiz del idioma siempre me hacía sonreír. Era como si integrada en la tradición de la vida haitiana, hubiese una espiritualidad que enmarcaba mi experiencia, que me recordaba que las historias de Haití, que acumulé ayer, deben ser parte de mi vida del mañana.
Amar sin ambigüedades
Que como médica principiante, miembro de mi comunidad, hija, hermana y amiga tengo todos los motivos para amar a mi prójimo tan profundamente y sin ambigüedades como soy amada por Dios. Recordé y tuve la sensación de que esto es algo que no olvidaré. Solo esperaba que Dios se hubiera olvidado de incluir a las arañas en el concepto «prójimo».
A la mañana siguiente dejé la clínica en Thomassique y terminé mi práctica en Haití. Pero mi contacto con ese lugar y esas personas continúa.
Este artículo fue publicado originalmente en «Vision«, la revista trimestral de la Iglesia Nueva Apostólica EE. UU.