Mandatum novum do vobis: un mandamiento nuevo os doy
«Esto tarda bastante», dice Miguel. Forma parte de un grupo de jóvenes que el Jueves Santo representaba el lavacro de los pies. «Pensé que iba más rápido». Pero es así como se aprende más.
Solamente el Evangelio de Juan habla de que Jesús lava los pies a sus discípulos. Allí pertenece al contexto de los así denominados discursos de despedida de Jesús. El Maestro se prepara para su crucifixión. Pero antes quiere dejar señales que muestren a sus discípulos lo esencial. Ellos lo necesitarán cuando Él ya no esté.
«Gracia admirable» en el silencio
Los jóvenes escribieron una clase de guión. 12 de ellos están sentados en el escalón inferior del altar. Son 12 porque es una cantidad especial y hace recordar a los 12 discípulos. Otros cuatro se muestran dispuestos a lavar los pies.
El agua es arrojada con copas de cobre a una fuente, se reparten 12 toallas. Los que están en el escalón del altar se quitan el calzado. Y las medias. Sus pies se mojan, se les tira agua, a continuación se los seca con la toalla. 12 pies izquierdos y 12 pies derechos: descalzarse, lavarse, secarse, calzarse.
Así se acercan unos a otros: aquellos cuyos pies son lavados y aquellos que lavan los pies. Los demás jóvenes del distrito observan. Están sentados en la nave de la iglesia y perciben el hecho como observadores. Están en completo silencio, nadie dice una palabra. Una hermana joven canta «Gracia admirable», Andrés la acompaña en el teclado.
«Duró unos diez minutos», dicen los jóvenes. «Súper genial». Al final los pies están lavados, la representación terminó. Lo que sigue es reflexionar sobre el verdadero y profundo sentido que esconde esta historia del Evangelio de Juan.
Hospitalidad y acto que deja una señal
La hospitalidad era un bien muy preciado en la antigüedad. Al huésped se le daba algo de beber y de comer. Se le lavaban los pies. Estaban llenos de polvo por el camino. En ese entonces no había calzado cerrado. Sólo sandalias, con suela de madera o de cuero. Lavar los pies, por lo tanto, era parte de la higiene corporal.
Aunque culturalmente está muy alejado de nosotros hoy, son al menos dos consecuencias las que, como cristianos, actualmente podemos deducir de este acto.
Por un lado, así como se inclina Jesús para servir a sus discípulos, también nosotros nos debemos servir mutuamente: «Mandatum novum do vobis – un mandamiento nuevo os doy». Este nuevo mandato de paz dice: el que sirve al otro, no lo perjudicará ni hablará mal de él ni le gritará ni le jugará una mala pasada. Servir es mejor que dominar. Amar es mejor que oprimir.
Por el otro, en nuestro peregrinaje por este mundo, nuestros pies de la fe se llenan de polvo. Aunque hemos sido limpiados por el lavamiento de la regeneración, es decir que lo más importante ya sucedió, no obstante «Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos» (Juan 13:10). Con traducción más moderna: el que tomó un baño, está todo limpio; más adelante sólo necesita lavarse los pies. Limpiarse regularmente es importante para liberarnos de nuestras impurezas individuales.
Por lo tanto, hay dos pensamientos para llevarse: el llamado a servir al prójimo cada día, la alusión a purificarse reiteradamente para el perdón de los pecados en el Servicio Divino.