El 6 de enero, la cristiandad celebra la Epifanía o manifestación del Señor para rememorar la encarnación de Dios en Jesucristo. La palabra griega «epipháneia» era utilizada para designar la llegada del emperador romano y en latín se la tradujo como «adventus». En la encarnación de Jesucristo aparece el amor de Dios entre los hombres.
«El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres» (Filipenses 2:6-7). En otras palabras, Jesús nació como hombre, vivió como hombre y murió como hombre. E igual era Dios. Ya en aquel entonces había pocos que lo pudieron entender con fe. Y no es tan fácil de entender. ¿O sí?
No es una actuación, sino una certeza de la fe
¿Por qué Dios se acerca a los hombres? Porque a la inversa no va. El Hijo de Dios se despojó a sí mismo de su figura divina y vino a la bajeza de la naturaleza humana. Aún más, tomó «forma de siervo» y soportó toda la carga del pecado. De este modo superó la separación entre Dios y el hombre, y demostró su naturaleza divina en devoción y amor.
En seguida quizá se piense en una obra de teatro, una actuación: alguien se disfraza y cumple un papel. Los actores no actúan de sí mismos, sino de otros. En lo que respecta a Jesús fue diferente: siguió siendo lo que era, verdadero hombre y verdadero Dios. No tuvo público ni aplausos. No nació en Hollywood. No vino como rey. No vino para realizar una visita rápida y luego irse nuevamente. No, vino para aparecer como un niño pequeño y desnudo. «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia» (parte de Mateo 3:17).
No cualquiera puede tener fe. Y no solo eso: esta fe requiere obras.
Aprender a dejar cosas, tomar responsabilidades
La venida de Jesús tiene carácter de ejemplo: los seguidores de Cristo no miran al prójimo asumiendo una actitud de «superioridad», sino lo hacen con humildad, de igual a igual. Valoran a los débiles, perdedores y marginados.
Cristo no se aferró –»no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse»– a seguir siendo un Dios lejano, sino que se sometió voluntariamente a las limitaciones de los seres humanos. Lo hizo en forma completamente desinteresada, allegándose a los hombres para servirlos. A cambio, ellos no deben preocuparse demasiado por sí mismos o aferrarse a sus posesiones en provecho propio, sino compartir con los demás. No deben aplicar sus dones y capacidades solo para ellos mismos, sino usarlos también para servir a otros. El poder del dinero, la ambición o el egoísmo no deben ser lo determinante en la vida. En su lugar, la aparición de Cristo, su obrar, su servir deben ser el patrón donde medir su propia responsabilidad: «Estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros» (1 Pedro 3:15).
Foto: Oliver Rütten