La transfiguración del Señor es un hecho apocalíptico de los comienzos de la Iglesia. Lleva al cristiano a una dimensión sobrenatural y quiere decirle: Hombre, mujer, también fuera de tu vida cotidiana hay metas que valen la pena. No te ocupes solamente de tus posesiones terrenales, ¡no te olvides del cielo!
Transfiguración (del lat.) o metamorfosis (del gr.) figura en los respectivos textos bíblicos de los Evangelios sinópticos. Sea lo que fuere, es algo extraordinario lo que sucede, algo que trasciende las reglas normales.
Ya el escalar una montaña habla de algo sublime y santo. El cuerpo de Jesús se transfigura, un rayo de luz brilla desde lo alto, la realidad se desdibuja: «Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan, y los llevó aparte solos a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos. Y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve, tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos. Y les apareció Elías con Moisés, que hablaban con Jesús. Entonces Pedro dijo a Jesús: Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas, una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías. Porque no sabía lo que hablaba, pues estaban espantados. Entonces vino una nube que les hizo sombra, y desde la nube una voz que decía: Este es mi Hijo amado; a él oíd. Y luego, cuando miraron, no vieron más a nadie consigo, sino a Jesús solo. Y descendiendo ellos del monte, les mandó que a nadie dijesen lo que habían visto, sino cuando el Hijo del Hombre hubiese resucitado de los muertos» (Marcos 9:2-9).
Ante los ojos y los oídos de sus tres confidentes sucede un misterio de la fe muy especial. Pedro siempre lo recordará: «Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad» (2 Pedro 1:16-18).
Una fiesta de la fe
En las comunidades católicas, anglicanas, católicas antiguas y ante todo, en las ortodoxas, el 6 agosto (en el calendario ortodoxo el 19 de agosto) es una festividad religiosa en la que se conmemora la transfiguración. En las Iglesias luteranas recuerdan el tema en su calendario litúrgico todos los 6 de enero.
Qué nos quiere decir la transfiguración de Jesús
¿Por qué, en realidad, nos es tan importante la transfiguración de Jesús mencionada en los textos bíblicos y esta es objeto del anuncio apostólico hasta el día de hoy? Hay varias respuestas a esta pregunta:
- Es el contraste del anuncio del sufrimiento de Jesús a sus discípulos. Esta es la explicación más obvia. El Hijo de Dios tenía que sufrir, pasar por horas terribles de duda y abandono. Antes de ascender al monte, habla al respecto con sus discípulos. Y al final no hay falta de esperanza o amargura absoluta, como manifiestan los hombres cuando sienten una desilusión sobre los caminos de Dios. No, la última palabra de Dios es una palabra poderosa, santa, relevante y justa por encima de toda razón. Después de la vida viene una vida que sólo ÉL puede determinar. Como consecuencia: a pesar de todo el espanto vivido, es legítima para todos los cristianos la alegre esperanza en la resurrección.
- Dios te ve, siempre y en todas partes. Nadie es olvidado por Él o está sin protección. Así como en aquel tiempo se presentaron Moisés y Elías como testigos de Dios, también hoy el Señor brinda a sus seguidores protección y asistencia. Cristiano, tú nunca estás solo. En muchas oportunidades te saca de las depresiones de tu tristeza y te lo hace percibir.
- La luz ilumina nuestra vida. Todos nosotros necesitamos estas estaciones donde somos iluminados. Nadie es capaz por sí solo de iluminar por completo el alegre mensaje de la gracia del Señor. Una y otra vez vamos a parar a carencias, dudas, oscuridad. Entonces la luz de lo alto hace bien. Hace ver claramente de qué se trata en realidad: de ninguna otra cosa que de la vida eterna.
Los discípulos que el Señor se llevó con Él debían callar hasta que Jesús hubiese resucitado de los muertos. Pero ahora hace mucho que resucitó y nosotros ya no debemos callar. El que cree, no calla, sino que informa abiertamente sobre su fe. El galardón de la vida cristiana es la gloria, nuestra transfiguración. Si esto no vale la pena, ¿qué vale la pena entonces?
Foto: Peter Johanning