Por qué oramos y qué hace que una oración sea realmente una oración. Sobre estos puntos se refirieron las dos primeras reflexiones. Ahora, para terminar, trataremos los cuatro aspectos que deben abordarse tanto en una oración pública como en una oración privada.
Al comienzo de la oración está la adoración a Dios. Él es todopoderoso, majestuoso, misterioso y sublime. Hace estremecer al hombre y, al mismo tiempo, lo fascina. A Él se lo debe adorar porque trasciende todo lo que es posible experimentar en forma directa, porque no tiene limitación alguna. En la adoración, el que ora se acerca con respeto a la majestuosidad de Dios, que también incluye conceptos como santidad, omnipotencia y eternidad.
Adoración
En ambos Testamentos hay ejemplos de esta forma de adoración: “Venid, adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor”, dice en Salmos 95:6. En el Antiguo Testamento es el Dios de Israel, al que se adora. Él es el Creador del cosmos. El Nuevo Testamento pone junto Él, el Padre, también a Jesucristo y al Espíritu Santo. El Señor resucitado y exaltado debe ser adorado. Y en la oración se descubre al Espíritu Santo como presencia de Dios y Creador de lo nuevo. Lo que se dice de Dios en el Antiguo Testamento, ahora también es transferido a Cristo: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:9-11).
Agradecimiento
Después de la adoración sigue el agradecimiento. El que ora sabe que la vida humana está afectada en su totalidad por la relación con Dios. Agradece primero por sí mismo, por su existencia y en forma totalmente independiente de si, según los parámetros humanos, es exitoso o no. Su agradecimiento expresa que Dios es el Creador de toda vida y que el que ora también se entiende a sí mismo como parte de esta creación. Y así como existen muchas peticiones en la vida del hombre, también el agradecimiento es abundante: la protección, el acompañamiento, la dedicación de la gracia impulsan al hombre a agradecer. El agradecimiento acontece sabiendo que la vida y las circunstancias de la vida no se deben a la casualidad, sino que son determinadas por lo que Dios concede y no concede.
Petición
A veces parece que la oración es ante todo petición. Pedir, pedir, pedir, una de las palabras más usadas en el lenguaje humano. También en el “Padre Nuestro”, la oración de Jesús, hay muchas peticiones. Estas peticiones no se pronuncian para que se cumplan deseos. Antes bien, el dirigirse a Dios pidiéndole deja claro que Dios es aquel al que uno puede abordar en todas las situaciones de la vida, en buenos y en malos momentos. El que ora coloca su situación de vida personal en la oración.
Quien pide algo a Dios, reconoce en Él al que ayuda y da la vida. En la oración, el hombre experimenta que Dios es misericordioso y que se dedica al hombre. Reconoce en Él a quien cumple las peticiones y que otras veces no las concede. La base de una oración de petición es el reconocimiento de que Dios cuida a su creación y la ama. Dios no está lejos de su creación y no es indiferente a ella, sino que la acompaña y la protege. Él quiere conceder salvación y vida eterna a las criaturas que Él ha creado.
Intercesión
Finalmente, la intercesión es una expresión de que el creyente no consuma su fe por sí solo, sino en comunión con otros creyentes. El que ora sabe que es la imagen de Dios y que está vinculado con las demás personas, que también son la imagen de Dios, y que todos juntos se encuentran en la comunión de las criaturas de Dios.
Además, la intercesión es una consecuencia del mandamiento del amor al prójimo. La petición de que Dios cuide, proteja y dispense salvación a los demás, preserva al creyente del peligro de querer la salvación sólo para sí mismo. Las oraciones y el egoísmo concerniente a la salvación se excluyen mutuamente. También por eso el deseo dice: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10).