Un nuevo hombre viene al mundo, ¿qué ves tú? ¿Un niño envuelto en pañales? ¿Un gran futuro? ¿O una amenaza? Lo que pasa en Navidad, en aquel entonces como hoy, es una cuestión de percepción. Tres enfoques del cuarto Adviento.
«phátne», una palabra como un hilo rojo: utilizado por María con otro propósito, descripto por el ángel, admirado por los pastores. Eran hombres sencillos, habituados al trabajo duro, curtidos por el clima, no precisamente del centro de la sociedad. Su vida transcurría entre campos abiertos, dehesas cercadas con piedras y, a veces, establos hechos en cuevas. Los pastores entendían poco de los presagios de la Sagrada Escritura. Pero el «pesebre» lo conocían, algo bien real en su realidad vital. Y justamente eso tomó Dios como una señal personal: «Estoy cerca de vosotros en vuestro propio mundo».
«aster», todavía sigue siendo una palabra guía. La «estrella», es una señal bien personal para los sabios de Oriente: «Aquí se me puede encontrar». Aunque no son reyes, sino representantes de una casta de eruditos y sacerdotes del círculo cultural babilónico. Con gran formación, algo cerebrales quizá. De todos modos, dotados de una cualidad decisiva: «absorbentes, receptivos», así como es la raíz de la palabra «sabio» en arameo, en el lenguaje cotidiano de Jesús. Estos investigadores van al fondo de las cosas, tal cual había penetrado en su realidad vital.
Paz en lugar de hechos
Asustar, secretamente, enojo, matar, son palabras que rodean a Herodes, el rey, grande ante todo en asesinar: al cuñado, la esposa, la suegra y tres hijos los había mandado asesinar. La noticia del niño que le llevan los sabios, es también para él una señal que toma como personal. El soberano afectado por una enfermedad mental lo ve con los ojos de su realidad vital y reacciona con violencia despiadada.
Hoy más de uno se inclina a desmenuzar la Navidad: ¿El nacimiento de Cristo en primavera, en lugar de invierno? ¿El establo más bien una parte de una vivienda? ¿La estrella un fenómeno astronómico? Pero no se trata de hechos históricos. Se trata de un mensaje que promete paz. Y que esa noticia preserve la paz, depende del que la oye.
Entonces, ¿qué hay que ver en este acontecimiento de la Navidad, hoy como en aquel entonces? ¿Un mito sobre el futuro predicador peregrino Yeschua de Nazaret? ¿Una ofensa a la razón que convierte el corazón en pozo de serpientes? ¿Una superstición que hay que eliminar desde las raíces?
Buscar, ver, hallar
¿O se ve aquí el comienzo de la historia de una persona sumamente interesante? ¿El impulsor de una filosofía del amor? ¿Un hombre que escribió la historia mundial? Si se lo observa así, ¿uno se asombra, se aparta y vuelve a su propio mundo, después de presentar sus respetos?
¿O es el corazón el que contempla este maravilloso acontecimiento? ¿Simple, modesto, lleno de admiración? ¿El corazón que entiende el mensaje de la paz con Dios, lo acepta profundamente y de ahí en adelante golpea con otro ritmo?
Veas lo que veas, la forma de ver le dará su impronta a la realidad vital. Tanto más importante es mirar con exactitud. Pues para cada uno Dios tiene disponible una señal bien personal, en el idioma adecuado, en medio de su propia vida. Sólo hay que descubrir la señal. Ahora como antes rige la promesa: «Buscad, y hallaréis».
Foto: t0m15 / fotolioa