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Pentecostés simboliza la vida y la renovación

mayo 9, 2016

Autor: Peter Johanning

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¿Qué es en realidad Pentecostés? Si se le pregunta a la gente en la calle, muchos ya no lo saben. Además, Pentecostés es una de las principales fiestas de la Iglesia. Simboliza el Servicio Divino y la Iglesia, la vida y la renovación.

Imaginémonos esta situación: después de la ascensión, Pedro y los demás discípulos del Señor se encontraban en una situación extraña. Por un lado, estaban colmados de vivencias, repletos de buenas historias y acontecimientos. Estaban firmes en la fe, entusiasmados, confiados. Su Señor y Maestro Jesucristo había estado con ellos, los había equipado e instruido para predicar en todo el mundo.

Por otro lado, Él, el Señor, ya no estaba. Dependían de sí mismos. Aunque el mensaje de ascensión decía que debían comenzar a trabajar, ¿pero cómo? ¿Cómo lo harían sin Él? Bien, muy sencillo: ¡con el poder con el que serían investidos desde lo alto!

El poder desde lo alto

En el Catecismo de la Iglesia Nueva Apostólica dice al respecto (Catecismo INA 3.5.4.3): «La locución “poder desde lo alto» (del gr.: “dynamis»: “poder») da a entender la plena, conmovedora y fortalecedora acción del Espíritu y remite a la poderosa intervención de Dios. De la misma manera que el Padre y el Hijo se manifiestan dentro del mundo histórico, la automanifestación de Dios en el Espíritu Santo tuvo lugar en Pentecostés, como un acontecimiento en la historia de la salvación. El Espíritu Santo fortalece a la Iglesia de Cristo en sus esfuerzos por vivir conforme al agrado de Dios preparándose así para el retorno de Cristo». El Espíritu Santo, el poder desde lo alto, revela a sus Apóstoles los pensamientos divinos y ellos los transmiten al mundo. El ciclo del amor divino no termina sólo porque el Hijo de Dios ya no esté aquí. Todo lo contrario: «Por el envío del Espíritu Santo en Pentecostés se manifiesta que Dios es trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Espíritu Santo enviado por el Padre y por el Hijo llenó a los Apóstoles y a todos los que estaban con ellos» (Catecismo INA 3.5.5.1).

Surge la Iglesia

Y entonces sucedió algo que es único en la historia de la Iglesia y que nunca se repetirá: «De esa manera, la Iglesia de Cristo puede ser experimentada en la historia. Este acontecimiento demuestra que el Espíritu Santo es una premisa necesaria para la Iglesia: Iglesia y Espíritu Santo van juntos».

Surgió la Iglesia. No una confesión, no una Iglesia de un determinado lugar, no las comunidades pequeñas o las grandes, ¡la Iglesia en sí! Y de pronto el hombre creyente tuvo parte en este poder desde lo alto. También al respecto, el Catecismo INA tiene una palabra significativa: «En las comunidades guiadas por los Apóstoles, el Espíritu Santo está presente permanentemente, en ellas hay vida divina que se evidencia en la actividad y la palabra de los Apóstoles, y que también debe ponerse de relieve en la palabra y las obras de cada creyente (Romanos 8:14). Al recibir el don del Espíritu Santo, el hombre, como hijo de Dios, tiene comunión con el Trino. En el retorno de Cristo, esta comunión experimentará su consumación para aquellos que sean arrebatados hacia el Señor» (Catecismo INA 3.5.5.1).

Hoy muchos cristianos han perdido esa vitalidad, el entusiasmo por la Iglesia. Dan rodeos como si la Iglesia fuese algo molesto, abrumador. ¿En qué quedó el sentir de renovación de aquella época?

El que se sigue ateniendo a Pentecostés, sentirá una y otra vez, renovadamente, ¡el poder desde lo alto!

mayo 9, 2016

Autor: Peter Johanning

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