
La derrota absoluta se revela como la mayor victoria. Y eso tiene repercusiones mucho más allá del aquí y ahora: para no morir, hay que vivir para ello. El Apóstol Mayor explicó en Australia lo que eso significa.
La prédica del 18 de abril de 2025, Viernes Santo, en Melbourne giró en torno a una de esas palabras de Pablo que requieren una explicación: “Y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Corintios 5:15).
¿La mayor derrota de todos los tiempos?
Desde el punto de vista humano, la muerte de Cristo en la cruz fue “sin duda un terrible fracaso, una derrota total”, admitió el Apóstol Mayor Jean-Luc Schneider. Porque Él, Jesús, que tenía el poder de hacer milagros, fue arrestado sin resistencia, condenado y ejecutado. Él, que creía conocer la verdadera voluntad de Dios, no fue confirmado por Dios. Él, que predicaba el amor y quería dar la vida eterna, tuvo que morir solo y abandonado.
Sin embargo, “con su muerte, Jesucristo obtuvo una gran victoria. Pero esta victoria fue una victoria eterna, no una victoria visible”, enfatizó el Apóstol Mayor. “Incluso en la muerte, confió en Dios. Lo amaba y amó a los seres humanos hasta el final”. Y por eso “Dios le concedió la victoria definitiva, que se hizo visible: lo hizo resucitar de entre los muertos”.
“¿Qué significa esto para nosotros hoy?”, fue la pregunta.
La muerte como triunfo
Hoy en día parece como si el mundo estuviera dominado por el mal, resumió el dirigente de la Iglesia haciendo un balance de las derrotas. Ni siquiera los creyentes se libran del sufrimiento. El retorno de Cristo se hace esperar cada vez más. Cada vez más personas se alejan de Jesús. Y el bien que se hace parece no dar frutos.
Pero la victoria de Jesús es mucho mayor: con su sacrificio, volvió a abrir el acceso a Dios para todos los seres humanos. Su forma de obrar mientras vivía y la muerte que tuvo, la de un criminal de la peor calaña, demuestran que Dios está del lado de cada persona. Como resistió todas las tentaciones, puede ayudar a todos los seres humanos precisamente en eso. Y, por último, Jesús murió para todos los seres humanos, también para aquellos que cometen injusticias y se creen en el lado del bien, o para aquellos que se alejan por completo de Dios.
“Lo que cuenta es lo que ocurre en nuestro corazón: nuestra victoria interior e invisible”, subrayó el Apóstol Mayor.
Cuando la victoria se hace visible
“Permanezcamos fieles, confiemos en Dios y amemos hasta el final”, añadió. “Y quien logre esta victoria en su corazón, su victoria se hará visible algún día en la Primera Resurrección”.
“Ahora, amados hermanos y hermanas, esa es nuestra tarea. Vivamos para Jesús, porque creemos y sabemos que Él murió para nosotros”. Y eso significa:
- Mostrar el debido respeto al sacrificio de Jesucristo, tomando en serio la propia salvación: no minimizar el pecado, arrepentirse sinceramente de los errores y estar decidido a orientarse en la voluntad de Dios.
- Ponerse al servicio de Cristo por gratitud: hacer el bien para ser bendecido es una motivación errónea. Más bien, “hacemos el bien porque Dios nos ha hecho el bien. Esa es la motivación correcta”.
- Hacer el bien sin esperar nada a cambio: “Eso es parte de la prueba de acreditación para todos los que quieren pertenecer a la novia de Cristo. ¿Perseveras o te rindes cuando no ves resultados, cuando no ves bendición visible?”.
- Querer ser como Jesús: “Eso no es solo una imagen o un dicho. Queremos que nuestra alma, nuestro corazón, toda nuestra personalidad sea como la suya, que su naturaleza sea nuestra naturaleza”.
- Anhelar la comunión eterna: “Eso es lo más importante en nuestra vida. Queremos ser como Él y queremos estar con Él, y esperamos con paciencia a que venga”.