Cuando la misión se convierte en una marca y la fe en una historia de éxito, la cruz desaparece del campo de visión. Pero el incómodo Jesús nos recuerda que el amor no se mide por el alcance, sino por el auténtico seguimiento.
La primera imagen conocida de la crucifixión de Cristo no es un tesoro de la Iglesia, sino una burla descarada. En pleno centro del poder romano, en la Escuela Imperial de Pajes del monte Palatino, se encontró un dibujo grabado en yeso (fechado entre fines del siglo II y principios del III). Muestra a un crucificado con cabeza de burro, junto a él una persona orando y, debajo, la burlona frase griega: “Alexámenos adorando a [su] dios”.

Ilustración del llamado grafito de Alexámenos.
“Nosotros predicamos a Cristo crucificado – tropezadero […] y locura”
(1 Corintios 1:23).
Desde el principio: un camino estrecho
Cuarenta días después del nacimiento, María y José llevan al niño al templo. El anciano Simeón lo toma en sus brazos, canta sobre la luz para los pueblos y, al mismo tiempo, predice en voz baja: Éste está puesto para señal que será contradicha (Lucas 2:34).
El mismo Jesús nunca lo ocultó: la cruz en lugar de la comodidad (Marcos 8:34), las burlas previstas (Mateo 5:11-12; Lucas 6:22-23), las adversidades como algo normal: “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros” (Juan 15:18-20).
La imagen tan utilizada de “tomar la cruz” no es, en un primer momento, piadosa, sino brutal: cuando Jesús dijo “tomar su cruz” (Marcos 8:34; Lucas 9:23 y 14:27), se refería al camino de un condenado a la ejecución, cargado de vergüenza e impotencia. La cruz no representa cada dificultad privada, sino los sufrimientos debidos al seguimiento, por causa de Jesús. Quien sigue a Cristo está dispuesto a perder. También a renunciar al propio yo y dar prioridad a la voluntad de Dios, es decir, a negarse a sí mismo.
Cuando la misión se convierte en marca
A menudo, el seguimiento se vende como un paquete de bienestar, la fe como una solución a los problemas. El evangelio de la prosperidad, la teología del éxito, funciona con una sutil lógica de exigencias: creer correctamente + profesar positivamente + donar generosamente = salud, dinero, éxito.
Pero eso es Pascua sin Viernes Santo, resurrección sin muerte y triunfo sin fidelidad. Y como se lucha contra el retroceso, es fácil caer en tendencias similares por buenas razones: el celo misionero se convierte en lógica de marca. Así suena: “La Iglesia debe ser atractiva”.
El cambio de lenguaje sugiere al creyente que puede reactivar la bendición. Se agrega coreografía al escenario para que la curva de crecimiento sea la adecuada. Quien sufre se siente rápidamente deficitario, por lo que hay que embellecer todo.
Pero Jesús nunca vendió accesorios. La cruz no es en primer lugar un colgante, sino una causa. Raspa, molesta, pone las prioridades al revés: amor incondicional en lugar de imagen egocéntrica, veracidad en lugar de comodidad, entrega en lugar de auto optimización. La medida no es el alcance, sino el amor.
Cuando seguir a Jesús conlleva desventajas
Jesús no busca la confrontación por el simple hecho de confrontar. En Lucas 12:51-53, denuncia la falsa paz, esa cómoda tranquilidad que oculta las cuestiones existenciales. Su paz es diferente: “La paz os dejo, mi paz os doy” (Juan 14:27). Él trae la verdad, y la verdad separa del autoengaño: incómoda porque desenmascara; sanadora porque reconcilia.
El sufrimiento como cristiano, la “cruz”, no significa autodestrucción, sino fidelidad frente a las adversidades. El sufrimiento no se busca, pero se acepta cuando están en juego la fe, la verdad y la misericordia. No todo sufrimiento es sufrimiento por seguir a Cristo: no se trata de adversidades privadas, sino de sufrimiento por causa de Jesús, por ejemplo, cuando la veracidad trae desventajas o la misericordia va contra la corriente. El seguimiento tiene un precio, porque sigue la lógica del amor, en contra de la lógica de la autoconservación.
No es una estación final, sino una vía de paso
“Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo” (Juan 10:9). Sufrir por Cristo no es una estación final, sino una vía de paso: “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hechos 14:22); “¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria?” (Lucas 24:26).
Cuando Jesús dice que quien pierda su vida por causa de Él, la hallará, no se refiere al instinto de muerte, sino al hecho de soltar: se renuncia al control, concretamente a perdonar en lugar de tener razón, a hablar con sinceridad a pesar de las desventajas, a compartir y servir en lugar de solo consumir, a mantener los límites de la conciencia, a apoyar a los débiles.
Y así, la cruz conduce a través de la estrechez a la amplitud, quien recorre este camino descubre una mayor libertad: libre para la verdad sin la presión de la imagen (1 Pedro 4:12-16), libre del temor (Hebreos 2:14-15), libre para el amor (Gálatas 5:13).
Foto: generada por IA