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¿Qué crece en tu campo?

septiembre 30, 2019

Autor: Peter Johanning

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¿Cizaña o trigo? Si siempre lo supiésemos en seguida… A veces, qué es lo que comienza a crecer recién se ve más adelante. Las prédicas nuevoapostólicas de octubre hablan de esto.

La serie temática para los tres primeros Servicios Divinos dominicales de octubre en las comunidades nuevoapostólicas lleva por título «Vivir por el Evangelio». No con, no para, sino por el Evangelio. Hay una diferencia. El Evangelio, el buen mensaje del reinado de Jesús, es como un seguro de vida para el futuro. El que lleva en él el Evangelio del Señor y se orienta en él, vivirá por las promesas de Jesús. Esto es válido en tiempos buenos y en tiempos malos de la vida y es tan seguro como el amén de la Iglesia.

Días claros, días oscuros

Dios siempre está, lo veamos o no. La prédica del primer Servicio Divino dominical habla de la presencia de Dios en todos los tiempos. El principio de que el hombre no debe olvidar a su Dios en días buenos ni lo debe abandonar en días oscuros, es decisivo aquí. En la Iglesia de Cristo siempre estuvieron accesibles, y también lo están hoy, la salvación y la eterna comunión con Dios. La respuesta del hombre a la misericordia de Dios: adoración y alabanza: «¡No olvides por quién vives!».

Frutos buenos e inútiles

Las cizañas también son plantas. Claro, pero no son plantas que a uno le gusta ver. Les quitan a las buenas plantas el agua y los nutrientes. La parábola de la cizaña entre el trigo lo deja claro. En el Evangelio de Mateo esto se puede leer como sigue: «Les refirió otra parábola, diciendo: El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y se fue. Y cuando salió la hierba y dio fruto, entonces apareció también la cizaña» (de Mateo 13:24-26).

¡Una historia extraña, injusta! E igual tan real. Cristo, el sembrador, siembra el Evangelio en el campo de la humanidad. Es anunciado a todos los seres humanos, a buenos y malos. Aquellos que lo reciben con un corazón creyente, dan frutos. Justificados por la fe, entrarán en el reino de Dios. Pero el campo de la vida también está expuesto a las tentaciones del maligno. Bastante penetrante es su trabajo ya que mezcla sus semillas –peleas y disputas– entre el trigo plantado por Dios. Surco tras surco. Nadie se puede librar de ello totalmente. Y precisamente por eso no le corresponde al hombre hacer una distinción entre las personas buenas y las malas. Esta sentencia solo le corresponde a Dios. A veces quizás vemos el pecado de nuestro prójimo, pero su culpa no la podemos juzgar. A veces quizás también vemos las buenas obras de nuestro prójimo, pero no siempre conocemos las verdaderas intenciones que tienen detrás: «Sí que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones» (de 1 Corintios 4:5).

Por lo tanto, está prohibido juzgar al prójimo, lo cual no significa aprobar su conducta pecaminosa. Dios no espera de nosotros menos que la disposición de amar al prójimo a pesar de toda su pecaminosidad y orar por su redención.

Dios ayuda, a mí y a mi prójimo

Esta es una de las frases centrales del Evangelio que nos ayudan a asegurar nuestra vida futura: amar al prójimo nos acerca a Dios. Sobre esto habla la prédica del tercer domingo de octubre. Si tratamos a nuestro prójimo con cuidado, damos testimonio de que la salvación de Dios también es válida para él. La ayuda concreta en los aspectos espirituales y materiales deja claro que nuestra fe es un asunto serio para nosotros y que deseamos la salvación no solo para nosotros, sino para cada ser humano. El amor de Dios y nuestro amor por el prójimo van juntos. El que cree que puede separar uno del otro, se equivoca o es, como dicen las Escrituras, un mentiroso: «Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero. Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?» (1 Juan 4:19-20).

Ciertamente, un mandamiento nada fácil.

Foto: Mariusz Blach – stock.adobe.com

septiembre 30, 2019

Autor: Peter Johanning

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