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Recibir la luz, transmitir la luz

16 05 2025

Autor: Simon Heiniger

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Tecnología, educación, arte: esto es lo que la UNESCO quiere iluminar con el Día Internacional de la Luz, el 16 de mayo. Pero la luz es mucho más que una magnitud científica.

Imaginemos un mundo sin luz. Sin amanecer, sin la luz parpadeante de una vela, sin el brillo en los ojos de un ser querido. Solo oscuridad: desorientación, falta de vida, frío. Damos la luz tan por sentada que a menudo olvidamos lo fundamental que es. Sin luz no hay visión, ni crecimiento, ni vida. El ser humano necesita la luz no solo biológicamente, sino también emocionalmente.

Nacer en la luz, cobijarse en la luz

“Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz” (Génesis 1:3) Así no solo comienza el relato bíblico de la creación, sino también cómo entendemos el orden y la vida en general. La luz es lo primero que Dios crea mediante su palabra, antes incluso que las plantas, los animales o los seres humanos. Es un requisito previo para todo lo que vive. Donde hay luz, puede surgir, crecer y desarrollarse la vida. Sin luz, no hay orientación, ni calor, ni desarrollo.

Esta verdad ya es evidente en las ciencias naturales. Los investigadores han observado que se produce un destello de luz cuando se genera la vida, cuando un óvulo y un espermatozoide se fusionan. Un fenómeno natural mensurable, pero también un poderoso símbolo: la luz está en el origen de la vida humana. El primer impulso que hace posible todo lo demás es un destello de luz.

¿Y al final? Cuando una persona muere, suele decirse: “Se ha ido a la luz”. Aunque tales experiencias no puedan probarse, esta imagen permanece: el último camino no conduce a la nada, sino a la luz. Para los cristianos, es una expresión de esperanza en una vida cercana a Dios, en la resurrección y la vida eterna.

Así pues, la luz es algo más que energía. Es un signo de la presencia del Creador en la vida de sus criaturas.

Poder de la luz, impotencia de las tinieblas

Las tinieblas parecen ser el antagonista natural de la luz. Tanto material como espiritualmente. Sin embargo, en sentido estricto, las tinieblas no tienen sustancia propia. No son más que la ausencia de luz. Sin ningún poder propio, solo surgen allí donde la luz está ausente. Y eso es precisamente lo que hace que la luz sea tan eficaz: basta un solo rayo para romper la oscuridad.

Lo mismo ocurre en el plano espiritual. En la Biblia, la oscuridad se asocia con la culpa, el miedo, la desorientación y el alejamiento de Dios. La luz, en cambio, representa la verdad, la pureza, el consuelo y la cercanía a Dios. Quien vive en la luz vive con claridad, confianza y esperanza.

Donde brilla la luz de Dios, no hay lugar para la oscuridad. Y aunque a veces se acumule poderosa y amenazadoramente –ya sea a través de la duda, el sufrimiento, la malicia o la culpa–, la promesa permanece: la superioridad del mal pierde todo su poder cuando las personas no esconden su luz, sino que la dejan brillar. Incluso una pequeña luz de fe puede proporcionar apoyo, orientación y valor, no por sí misma, sino porque es la presencia de Dios.

¿De dónde viene la luz?

Para los cristianos, una cosa está clara: Jesucristo trae la luz divina al mundo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12).

Con Él, Dios se adentró en las tinieblas de este mundo, en un mundo lleno de injusticia, sufrimiento, culpa y muerte. Y no se mantuvo alejado, sino que se volvió hacia los seres humanos: sanando, bendiciendo, perdonando. La luz de Cristo no es un foco cegador que condena, sino un resplandor suave pero claro que señala el camino y calienta los corazones.

Transmitir la luz

Esta luz no está hecha para ser contemplada, sino para ser transmitida. Jesús mismo dice: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mateo 5:14). No se trata solo de un estímulo, sino de una misión.

Transmitir la luz significa dar a los demás aliento, consuelo y orientación. Significa no dejarse contagiar por la oscuridad, sino decidirse conscientemente a favor de lo que es bueno y lleno de amor. Esto puede hacerse a pequeña escala: escuchando, perdonando, compartiendo y orando. Y a gran escala, cuando las personas defienden la justicia, la paz y la humanidad.

La Iglesia es como una red de puntos de luz conectados por la fe, alimentados por la palabra de Dios y fortalecidos por los Sacramentos. Juntos, los cristianos pueden llevar la luz a un mundo que la necesita urgentemente.

16 05 2025

Autor: Simon Heiniger

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