Imposible lo que aquí quiere Dios. Esto nadie lo puede lograr. No es de extrañar que el pueblo de Israel haya fracasado en el Sinaí. Y aún así, siempre hay un camino que pasa por el becerro de oro.
Moisés quebró la palabra de Dios. Hizo pedazos las indicaciones que el propio Omnipotente había grabado sobre la tabla de piedra. El motivo de este arrebato: Moisés escuchó a su pueblo aclamar a una estatua y lo vio danzar alrededor de ella.
Difícilmente otro acontecimiento bíblico haya despertado tantos dichos y expresiones como los capítulos 32 a 34 de Éxodo. Y difícilmente otro hecho bíblico haya tenido interpretaciones tan diferentes como el becerro de oro.
¿Fuera de la vista, fuera de la mente?
La historia en síntesis: Los israleitas ya hacía tiempo que estaban acampando en el Sinaí y Moisés había vuelto a subir a la montaña. Cuando por 40 días no oyeron nada de él, se intranquilizaron. No solo porque ese Dios era invisible, ahora también su mensajero había desaparecido. Querían algo tangible, algo que pudiesen entender. Y eso tenía su costo.
Aarón juntó las joyas de hombres, mujeres y niños y con el oro de lo recolectado hizo una cría de toro o becerro de fundición. Y el pueblo escogido adaptó el animal al mercado mundial del politeísmo. En ese lugar y en aquella época, el toro era la imagen de la fortaleza y la fecundidad. Y así, la danza alrededor del becerro de oro terminó en una orgía.
Moisés entabló la lucha contra el ídolo, reunió entorno de él a los levitas e hizo que los futuros sacerdotes usasen la espada. Luego Moisés volvió a la montaña para que fuera perdonado el pecado del pueblo.
Rico en significados e interpretaciones
El significado de este acontecimiento depende, no por último, del que lo interpreta. En el texto bíblico o en su contexto siempre se pueden encontrar argumentos adecuados:
- Los ateos encuentran una prueba de su imagen preferida, la de un Dios celoso y enfadado.
- Los históricos ven un anticipo literario de Jeroboam I, el primer rey del norteño reino de Israel, quien mandó hacer no uno, sino dos becerros de oro.
- Los judíos rabinos lo comparan con la caída en el pecado del paraíso y hablan del pecado original de Israel como pueblo.
- Y los Padres de la Iglesia cristianos extraen la enseñanza de que la riqueza y el baile de las personas constituyen una tentación al pecado.
¿Y hoy? ¿En un tiempo donde tener cuenta más que ser? ¿Donde la brecha entre ricos y pobres es cada vez más grande? ¿Donde la generación y el cumplimiento de deseos impulsa la economía mundial? Sería muy fácil ponerle al becerro de oro el nombre de «consumo». Pero el que va un poco más profundo, descubre aún más.
Mantener la vinculación
¿Que desencadenó el deseo de los israelitas de un dios sustituto? El pueblo había perdido el contacto con el hombre de contacto con Dios, con Moisés, quien mantenía la vinculación con Él por todos ellos.
Naturalmente, se necesita un intermediario. Pero es igual de importante construir una relación bien personal con Dios y cultivarla, un cable directo, un «tú a tú», en el cual nadie más pierde nada.
Buscar más, hallar más
¿Y cuál fue la verdadera transgresión del pueblo? No, no se hubiese hecho un ídolo rival. Pues la danza alrededor del animal había comenzado expresamente como una fiesta en honor al Dios único. Pero los mandamientos dicen: «No te harás imagen, ni ninguna semejanza».
¿Cómo tiene que funcionar esto? Ni bien se empieza solo a reflexionar sobre Dios o a hablar sobre Dios, uno ya desarrolla una idea sobre Dios, uno se lo imagina, se hace su propia imagen de Dios. Esto, con la mejor buena voluntad, no se puede evitar.
No obstante, lo decisivo es mantener las cosas separadas. Mi imagen de Dios no es Dios. Como se sabe, Él siempre es más grande que todo lo que nos podamos imaginar. Mi imagen de Dios tampoco la convierto en mi Dios. No me quedo detenida en ella. Sigo buscando. Pues el que busca, como fue prometido, halla. Y el que siempre sigue buscando, hallará cada vez más.
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