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Señales y milagros: ¡tu fe te ha salvado!

agosto 15, 2016

Autor: Peter Johanning

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A quién no le gustaría recibir una señal del cielo tan clara como un trueno para que todos estén advertidos al instante. Las personas siempre pensaron que esto es tan «sencillo». También Pablo señaló que los judíos preferían ver milagros. ¿Y nosotros hoy?

Tan sencillo como se lo imaginan las personas no es. Miremos en la Escritura. En el Nuevo Testamento hay tres palabras griegas diferentes para milagro: «dynamis», «ergon» y «semeion». Milagros en la imagen lingüística del Nuevo Testamento son señales de la efectividad del Evangelio. Los milagros nunca constituyen un fin en sí mismos o una banalidad.

Con la ayuda de señales y milagros, Jesús mostró que Él es el Hijo de Dios y el Salvador que puede dar vida eterna. Demostró su poder sobre los elementos, Él resucitaba a muertos. Expulsó espíritus malos, curó enfermos. Todo esto sucedió para dejar claro que Él venía para librar de los pecados a las personas que creían en Él. Pero no curó a todos los que estaban enfermos y tampoco hizo resucitar a todos los que estaban muertos. Quería concentrar la atención en su misión y su mensaje. Un ejemplo de muchos: Pablo rogó tres veces al Señor que lo sanase, pero Jesús le dijo: «Bástate mi gracia».

No creer por milagros

Es importante entender que en el Nuevo Testamento los milagros no deben considerarse en forma aislada. Se refieren siempre a la prédica del Evangelio. Jesús no tomaba en cuenta a los que creían en Él tan sólo por sus milagros: «Muchos creyeron en su nombre, viendo las señales que hacía. Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos» (Juan 2:23-24). Finalmente quedó evidente que sólo aquellos que creían en Él como el Hijo de Dios, lo siguieron hasta el final. Ellos no creían por sus milagros, sino sobre el fundamento de su doctrina.

La fe en Jesucristo siempre está al comienzo, antes de que la persona pueda vivir milagros. Pedro tuvo que abandonar su barca antes de poder caminar sobre el agua. El centurión romano tuvo que dirigirse primero a Jesús antes de que su siervo pudiese sanar. Exigir señales a Dios antes de tener fe, contradice la doctrina del Evangelio. Jesus sanaba a los enfermos en virtud de su fe: «¡Tu fe te ha salvado!».

¿Y hoy? Hoy no necesitamos milagros para creer que Jesús es el Hijo de Dios. «Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve» (Hebreos 11:1). Los milagros que hicieron Jesús o los Apóstoles sirvieron tan sólo para mostrar el poder de Dios y no el poder de un hombre. Lo importante era únicamente proclamar el Evangelio.

Peligros de creer en milagros

Creer desenfrenadamente en milagros también tiene sus riesgos. Con ello se está tentando a Dios. El Señor dejó palabras claras al respecto: «No tentarás al Señor tu Dios». En nuestras oraciones podemos pedir ayuda, pero no podemos obligar a Dios a cumplir nuestras peticiones y deseos. En su lugar, oremos en el nombre de Jesús ser modestos, confiar en Dios y decir: «Hágase tu voluntad».
Las tesis que surgen de esto son: No tenemos el derecho de pedir a Dios un milagro. No tenemos motivo para pedir a Dios un milagro. Aunque Dios permite que también hoy ocurran milagros, los permite cuándo, a quién y cómo Él quiere.

Foto: simonalvinge – Fotolia

agosto 15, 2016

Autor: Peter Johanning

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