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Servir con amor, no gobernar

agosto 30, 2016

Autor: Oliver Rütten

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El Apóstol Mayor encontró palabras claras para hablar sobre el servicio que prestan los portadores de ministerio. Estar velando, indicar cuando hay peligros; este es su servicio en la comunidad. El ministerio no constituye una jerarquía, tampoco un nivel de jefe.

Todos los portadores de ministerio activos y en descanso que viven en Albania y en la vecina Kosovo se reunieron en un Servicio Divino con el Apóstol Mayor Jean-Luc Schneider. En la iglesia de Tirana, la máxima autoridad espiritual de la Iglesia Nueva Apostólica predicó el sábado 9 de julio de 2016 sobre la palabra de Ezequiel 3:17: «Hijo de hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel; oirás, pues, tú la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte».

No jefe, sino servidor

Los atalayas y la casa de Israel son símbolos de los portadores de ministerio y la Iglesia, de la comunidad en la actualidad. «Dice: ‘yo te he puesto», por lo que es un llamado de Dios. Dios nos llamó para servirle, no un hombre, no una organización», acentuó el Apóstol Mayor Schneider. Y como Dios lo llamó para servir, un portador de ministerio es un servidor de Dios. Además, aceptar un ministerio no está provisto de ventajas: «No llegamos a ser portadores de ministerio, servidores de Dios, para que nos vaya mejor en la vida», explicó el Director de la Iglesia. Es un servicio a Dios y a la comunidad.

Ningún automatismo para ser salvo

El cumplimiento del ministerio no posibilita ganarse la salvación divina. Son dos cosas completamente diferentes: «Uno puede ser un muy buen servidor, realizar un trabajo fantástico en
la Obra de Dios y sin embargo, no participar del día del Señor». El ministerio y el servicio no ayudan para alcanzar la propia bienaventuranza. El Apóstol Mayor Schneider es muy concreto: «No puedo ir al Señor Jesús y decirle: ‘Señor, yo fui tu Apóstol Mayor, me tienes que llevar contigo’. Él podría decir entonces: ‘No, has sido sólo una herramienta, ya no te necesito’. Si en mi alma nada ha cambiado para bien, no estaré participando del día del Señor».

El servicio del atalalya

El atalaya debe velar, reconocer peligros y prevenir a otros. Pero el atalaya no puede luchar solo contra el enemigo y tampoco evitar las tentaciones. En la fe ocurre algo similar: «Como servidores de Dios no podemos evitar que la comunidad sea tentada. No podemos sacar el mal del mundo». Nuestra misión consiste en «reconocer el peligro y amonestar a los hermanos. Tampoco podemos luchar en el lugar de la comunidad. Cada hijo de Dios debe luchar por sí mismo para su salvación; el Pastor no lo puede hacer por los hermanos».

Nada de regencia, nada de ser el jefe

El portador de ministerio no es un jefe que está por encima de los creyentes. «Nuestro ministerio no es una jerarquía que nos permite gobernar a la comunidad, dar órdenes a los hermanos y que todos tengan que servirnos», manifestó el Director de la Iglesia. La posición más elevada sólo se adquiere por la santificación, por el llamado divino para servir.

Buena visión de lejos

Un atalaya debe tener buenos ojos; si fuese corto de vista, no serviría de nada. Tres factores son importantes para el Apóstol Mayor en el servicio que se presta a la comunidad:

  • Mirar desde la perspectiva de la vida eterna: «No se trata del bienestar terrenal. ¡Hay que pensar en la meta, hay que pensar en la venida del Señor, hay que pensar en la vida eterna!»
  • Mirar sin límites: «No podríamos estimar correctamente la situación si no fuésemos conscientes de que prosigue en el más allá» y «tampoco podemos mirar tan sólo nuestra pequeña comunidad, sino que debemos tener presente la Obra de Dios en su totalidad».
  • No mirarse sólo a sí mismo: «El Señor Jesús es el ejemplo, ¡no yo! Deja que el otro sea totalmente diferente, lo principal es que siga al Señor Jesús y oriente su vida en el Evangelio».

Combatir las deficiencias

No es el portador de ministerio el que define el peligro, sino que «el Espíritu Santo nos dice lo que es peligroso», expresó el Director de la Iglesia. Tres peligros amenazan hoy a la Iglesia:

  • Falta de amor a Dios: «Uno todavía asiste al Servicio Divino, todavía trae su ofrenda, incluso todavía sirve al Señor; pero no es por amor».
  • Falta de amor al prójimo: «En nuestra sociedad hay una tendencia fundamental: las personas son cada vez más egocéntricas. Se interesan sólo por sí mismas, y todos los demás ya no son importantes».
  • Falta de humildad y arrepentimiento ante Dios: «Esto significa que uno es consciente de que: ¡todavía no soy perfecto, no quiero quedar así, quiero seguir luchando!»

Que las advertencias se escuchen

Para que las amonestaciones del atalaya puedan ser oídas, «las personas las tienen que escuchar, deben percibirlas y tomarlas en serio», explicó el Apóstol Mayor. Deben reconocerse tres características en un atalaya:

  • Previene a los creyentes con amor: «No se trata de que la comunidad nos ame. Lo importante es que nosotros amemos a todos y que ellos puedan percibir nuestro amor».
  • Es comprensible y creíble: «Cuando digo: ‘Amados hermanos, ¡esto es peligroso!’, pero yo no actúo adecuadamente, nadie me tomará en serio».
  • Pone fe en su propia prédica: «Deberíamos ser siempre los primeros en poner en práctica la palabra. Nuestra conducta es decisiva para ser creíbles o no».

agosto 30, 2016

Autor: Oliver Rütten

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