En su epístola a los Corintios, Pablo utiliza argumentos perspicaces. Lo hace porque a las personas les cuesta pensar más allá de la siguiente esquina. “Mira más allá del horizonte de tu mente”, diría hoy. Y tiene razón.
El tercer domingo de noviembre marca el final del año litúrgico. El cuarto domingo de noviembre ya es el primer Adviento. Para quienes predican, esto indica que –antes de que la esperanza y la confianza ocupen el centro del anuncio de la palabra– el foco debe estar primero en el consuelo y la comunión. El pueblo de Dios necesita dedicación y fortaleza. En el contexto de la Iglesia, la comunión tiene al menos un doble significado: no se trata solo de la comunión entre los miembros de la comunidad, sino de la comunión eterna con Dios. Este es precisamente el objetivo de la fe de todos los cristianos creyentes: quieren ir con el Padre celestial.
Antes de que esto ocurra, el plan divino de salvación y redención pasa por varias fases. Las prédicas en las comunidades nuevoapostólicas en el mes de noviembre nos hablan de esto. La fe en el retorno de Jesús, la transfiguración y el arrebatamiento de la comunidad nupcial son el consuelo y la alegre esperanza para el futuro. Los que se aferran a ello tienen a Dios de su lado y pueden afrontar mejor las situaciones difíciles de la vida.
¡Prepárate!
Mientras que el primer domingo de noviembre se dedica al Servicio Divino en ayuda para los difuntos –una especialidad nuevoapostólica–, el segundo Servicio Divino dominical trata de la preparación interior para el retorno de Cristo. “Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado”, dice Hebreos 4:1. “Entrar en su reposo” suena al principio algo artificial o incluso inapropiado en vista de los problemas del mundo. Por otra parte, todos los cristianos saben que el reino de Dios no causa estrés ni significa una prisión. El reino de Dios es un lugar de armonía, donde uno se siente bienvenido, un lugar de paz.
Por lo tanto, este texto bíblico transmite consuelo porque habla de la fiabilidad de Dios, y eso está fuera de toda duda:
- Jesucristo vendrá, como ha prometido. Y el hecho de que su promesa aún no se haya cumplido no significa que las pequeñas personas, con sus pequeños horizontes, hayan malinterpretado este mensaje de consuelo. ¡Él realmente vendrá otra vez!
- Nada ni nadie puede impedir o retardar su cumplimiento. El plan es solo de Dios.
- El retorno del Señor atañe personalmente al creyente, cualquiera sea la situación en la que hoy se encuentre. Ni la propia imperfección ni la desgracia personal cambian nada del amor de Dios por sus hijos.
¡Piensa en el futuro!
El tercer domingo de noviembre es el último del año litúrgico. La prédica habla de la fe en la resurrección y la vida eterna. Jesucristo, el Salvador del mundo que una vez nació como niño, es la Primicia de la resurrección. La resurrección de los muertos se basa en Él. Los que experimentan la resurrección reciben un cuerpo de resurrección que será como el del Señor.
En su epístola a los Corintios, Pablo intentó situar el significado de la nueva vida en la comprensión humana del mundo. Habla de “cuerpos celestiales y cuerpos terrenales”, de que “una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas” y termina con la afirmación: “Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción” (1 Corintios 15:40-42). Lo mismo ocurre hoy: sin la fe en la resurrección y en la vida eterna, la fe cristiana quedaría desprovista de su fuerza y su fundamento. Una cristiandad orientada exclusivamente hacia este mundo quedaría reducida a temas puramente éticos. En ese caso, la fe en sí misma sería vana y el seguimiento a Jesús dificultoso, eventualmente cuestionable y despojado de toda esperanza en el futuro.
¡Enciende la luz!
Y entonces comienza el Adviento, ¡el amanecer de tiempos mejores! El primer domingo de Adviento habla un lenguaje ardiente y alegre. Los cristianos alaban y glorifican a Dios, como lo hizo Zacarías en su tiempo (Lucas 1). Dios es el Salvador del mundo y quiere salvar a todos los seres humanos.
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