Entre el azul de los glaciares y el negro de la lava, Islandia entrelaza las maravillas naturales con la fe. Y en Reikiavik, en una pequeña capilla, brilla una sencilla confesión: “Sjáið merkið – Kristur kemur”.
Islandia, tierra de fuego y hielo: campos de lava negra junto al hielo azul, vapor sobre los géiseres, auroras boreales como salmos pintados en el cielo. Entre sagas y brisas marinas, el tiempo parece transcurrir más lentamente, como si la tierra respirara audiblemente bajo los pasos. Un país cuyo parlamento se reúne desde el año 930, uno de los más antiguos del mundo, y cuya lengua conserva palabras de la época vikinga. Las aguas termales forman parte de la vida cotidiana de los aproximadamente 390.000 habitantes de Islandia, mientras que afuera los glaciares crujen y los volcanes redibujan el mapa. Y sí: con una sonrisa, a los islandeses les gusta recordar que el verdadero descubridor de América fue Leifur Eiríksson, mucho antes que Colón. Fiordos, cojines de musgo, un silencio infinito… y, entremedio, lugares en los que las leyendas son másfuertes que el presente.
Alþingi, Ásatrú… y una pequeña ventana a la esperanza
Las leyendas y los cultos de la antigua religión nórdica (Ásatrú) marcaron Islandia hasta fines del primer milenio, con dioses como Odín y Thor y con sacrificios festivos (blót). Para asegurar la paz interior y la conexión exterior, el Alþingi, el Parlamento de Islandia (fundado en 930, uno de los más antiguos del mundo), decidió en el año 1000 adoptar el cristianismo. Al mismo tiempo, muchas costumbres paganas siguieron desempeñando un papel importante, sobre todo en el ámbito privado. Desde la Reforma, el país es predominantemente luterano. La Hallgrímskirkja, una de las Iglesias luteranas más famosas, domina el centro de Reikiavik. A pocos minutos a pie se encuentra la Friðrikskapella, una pequeña capilla que comparten varias iglesias. Aquí celebra sus Servicios Divinos la comunidad de la Nýja Postula Kirkjan Ísland (Iglesia Nueva Apostólica de Islandia). La Iglesia Nueva Apostólica está presente en Islandia desde la década de 1970; hoy en día, la pequeña comunidad cuenta oficialmente con 14 miembros. Detrás del altar de la capilla brilla una ventana de cristal con la inscripción “Sjáið merkið – Kristur kemur” (“Mirad la señal: Cristo viene”) y la invitación a avanzar con fe por el camino luminoso hacia donde brilla la meta resplandeciente.
Lo que promete la ventana cobra vida en el día a día, según cuentan dos miembros de la comunidad.
Dos voces, un camino
Moritz Müller, estudiante de Derecho, habla de un ritmo de fe más tranquilo, pero más concentrado: cada dos meses aproximadamente hay un Servicio Divino –“el último fue el 12 de octubre y el anterior, el 24 de agosto”–, los Pastores viajan desde Alemania, a veces con refuerzo musical. Entremedio, lo sostiene la oración diaria; los Servicios Divinos por video “no son lo mismo”.
“Tengo la sensación de que, antes de irme a Islandia, me prepararon muy bien para este tiempo, es decir, el tiempo sin mucha iglesia. No tengo la sensación de perder el contacto”. Un momento clave anterior sigue teniendo repercusiones hasta hoy: un mes antes de la Confirmación, “no tenía ni idea” de para qué servía todo eso; pero entonces llegó un Servicio Divino del que “salí con lágrimas en los ojos, porque todo encajaba”.
En Friburgo, dice, fue sobre todo la comunión fuera de los Servicios Divinos la que puso la vara muy alta; el ofrecimiento tan amplio, con dos Servicios Divinos a la semana, se había convertido al mismo tiempo en algo natural, cotidiano. Aquí, en Islandia, acude al Servicio Divino de forma más consciente: “Cada vez me pongo traje. Ya no iría en vaqueros y pulóver, porque es algo especial”.
Muchas cosas se concentran entonces en un fin de semana completo de iglesia: los sábados, paseos o un café; los domingos, ensayo del coro antes del Servicio Divino, después del cual la pequeña comunidad permanece junta al menos una hora. “Para el número de miembros que tenemos, esta ya es una comunidad muy activa”.

Monique Vala Körner Ólafsson lleva casi tres décadas viviendo en la isla grande. A fines de 1998 se mudó a Islandia por amor. Antes, la iglesia alquilaba un departamento con una sala anexa, a menudo venían grupos de Alemania, “incluso hubo una vez un coro islandés”. Después de la gran crisis en Islandia, Gran Bretaña se hizo cargo temporalmente de la asistencia espiritual, “hoy vuelve a hacerlo Alemania”. Ella vive su fe especialmente en la vida cotidiana, en su trabajo en el ámbito ambulatorio. También lucha constantemente contra los ataques de ansiedad, “pero sé que puedo confiar en Dios en todo lo que hago”. Para ella, uno de los momentos más preciados son las visitas de los Apóstoles: “No todos pueden vivirlo”. La palabra que ella asocia con la Iglesia es “Trúföst”, fidelidad; su versículo personal es Isaías 43:1: “Creo que no hace falta decir nada más, ¿verdad?”.
Cuando piensa en la comunidad mundial, lo resume de forma sencilla: “Aunque somos pocos, Dios no nos olvida”.
Y esto no suena a carencia, sino a agradecimiento.




Imagen de portada: den-belitsky / Envato Elements
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